En Justicia e Interior

– Cristina Manzano –

Decía recientemente Lluís Bassets, director adjunto de El País, que el paso por Bruselas en los primeros años de la adhesión supuso para muchos periodistas españoles alcanzar la mayoría de edad profesional. La inmersión en la complejidad comunitaria y el contacto diario con el trabajo y las experiencias de otros colegas de tantos países fue un campo de prácticas excepcional.

Ya desde antes, la capital belga se había convertido en una de las mejores plazas para la profesión; y todavía hoy, cuando la crisis ha convertido a los corresponsales en una especie en vías de extinción, Bruselas sigue siendo un destino irrenunciable para cualquier medio que se precie.

Como es obvio, los medios han cambiado en estos últimos años tanto como el resto del país; como es lógico, también, han sido fiel espejo, y en buena medida motor, de la tremenda transformación de la sociedad española en este tiempo.

En primer lugar, ha cambiado el paisaje y el volumen. Hace 30 años el panorama mediático estaba dominado por tres cadenas de radio nacionales (Radio Nacional de España, Radio Cadena Española y la SER), dos canales de televisión (ambos públicos), un puñado de revistas de información general y unos 150 periódicos, entre nacionales y locales. Ahí es donde antes comenzó la transformación, con el nacimiento en el mismo arranque de la Transición de El País -la fuente que más influyó en la difusión de ese conocimiento sobre la Europa a la que se incorporaba España-. Más tarde, en 1989, El Mundo vendría a convertirse en el otro gran referente de la nueva prensa diaria.

Hoy la radio ofrece una amplia variedad de opciones, tanto generalistas como temáticas; lo mismo ocurre con la televisión, que cuenta además con numerosos canales de pago; las revistas de información general prácticamente han desaparecido del plano y las pocas que quedan han visto esfumarse su capacidad de influencia en el discurso público –un fenómeno que no se ha dado en otros países de nuestro entorno-; y los diarios impresos, después de haber incrementado su número, sus tiradas y sus ventas, viven ahora inmersos en una crisis de identidad y futuro.

Desde el lado empresarial, todo este proceso fue acompañado de la creación de grandes, ¡enormes!, grupos multimedia, y de la llegada de otros extranjeros, que aglutinan no solo todo tipo de medios de comunicación sino también porciones importantes del conjunto de la industria cultural española.

Hasta que llegó el doble mazazo de la crisis, claro. Por un lado, la irrupción de Internet ha supuesto una revolución –todavía en curso- sobre los modelos de negocio y hasta sobre la propia razón de ser de los medios. La competencia del todo gratis, la infinitud de la oferta, la posibilidad de acceso en cualquier momento y desde cualquier lugar, el cuestionamiento del papel de filtro y custodio de la realidad están dando la vuelta a los modos de hacer y de consumir información y entretenimiento. Y en medio de ello, la Gran Recesión terminó de minar los cimientos de la sostenibilidad económica del sector. La particular dureza del impacto de la crisis en España se ha visto agravada en este caso por la estrecha relación que se había establecido entre el mundo inmobiliario y algunos grupos de medios, sobre todo regionales, y por la alergia de los españoles a consumir contenidos de pago por Internet. El resultado ha sido la pérdida de casi 12.000 puestos de trabajo desde 2008 y el cierre de cerca de 400 medios, más de la mitad de ellos revistas. El efecto paralelo: la aparición de un buen número de iniciativas, digitales en su mayor parte, puestas en marcha por periodistas.

Volviendo a Europa, ya se ha mencionado la estrecha relación entre el periodismo y la pedagogía y difusión del proyecto comunitario y cómo contribuyó, desde antes incluso de la incorporación de España, a acercarlo a los españoles. Paradójicamente, el debate gira en los últimos tiempos sobre qué parte de la responsabilidad de la desafección y el distanciamiento entre ciudadanos e instituciones recae sobre los propios medios.

Dicho debate se agudiza ante las acusaciones de elitismo, falta de transparencia y exceso de burocracia que parece caracterizar el desarrollo de la UE, y ante el papel de los medios como meros amplificadores de esa realidad. Más aún cuando la reciente crisis económico-financiera, política e institucional ha puesto en cuestión los principios y los objetivos de la Unión, con opiniones públicas, incluida la española –hasta entonces entre las más entusiastas- muy críticas con el futuro europeo.

Los análisis y los argumentos se desarrollan siempre en clave nacional, tanto en las tribunas políticas como en las periodísticas, lo que aumenta, sin duda, la percepción de la UE como un ente ajeno y distante. Causa y consecuencia de todo ello es la falta de medios de alcance auténticamente europeo –salvo algunos muy especializados, seguidos exclusivamente por eurofrikis-, lo que se traduce, a su vez, en la ausencia de una opinión pública europea, un demos europeo, en su sentido más amplio.

Tratando de cubrir ese vacío, en 2011 un grupo de cinco diarios, incluido uno español –El País, The Guardian, Le Monde, La Stampa, Gazeta Wyborcza y Süddeutsche Zeitung– se unieron para ampliar y profundizar periódicamente sobre los principales temas de la UE, desde la salida de la crisis, pasando por la migración o el futuro de una posible unión política.

Una medida que contribuiría también a la normalización de la realidad europea en el día a día sería la introducción en los medios españoles de secciones fijas sobre Europa –como un estadio intermedio entre las de nacional e internacional-, para abordar temas comunes más allá de sus implicaciones directas para España. Así se lograría generar una rutina y elevar el interés de otros países de la Unión, algunos de ellos todavía muy alejados del conocimiento español.

Vaya hacia donde vaya el futuro, no se debe olvidar que la prensa desempeña un papel fundamental en toda sociedad democrática como contrapeso del poder y que, tomen la forma que tomen, será necesario seguir contando con medios sólidos, creíbles e independientes. Medios cuya contribución seguirá siendo esencial también a la hora de perfilar, contar y empujar la Europa que viene.

 

Cristina Manzano. Directora de esglobal

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