En Justicia e Interior

– Javier García Toni –

Que 30 años no es nada. Ya saben, errante en la sombra te busca y te nombra: Europa, Unión, Comunidad Económica, continente, proyecto. Sueño, ilusión, esperanza. Hogar, dulce hogar. 30, 30 nada más. Pero, algunos, hace 30 años, ni siquiera habíamos nacido. O estábamos naciendo. O nuestra vida giraba en torno a un chupete y a un sonajero. Quizá alguno no fuera más que una idea fugaz en la cabeza de una pareja dispuesta. Quizá otro hubiera dicho ya ‘mamá’. Da igual: hay una generación en cuyos primeros recuerdos ya ondea una bandera azul al lado de la rojigualda. Una generación que sabe, desde que tiene uso de conciencia, que somos europeos –y a mucha honra–. Y es que estos 30 años, aunque no sean nada, han avanzado bien acelerados. Eso sí.

La historia nos la sabemos. De dónde veníamos, cómo estamos ahora. Lo mucho que hemos avanzado, lo crucial de contar con un paraguas azul con estrellas amarillas y una chequera infinita de fondos de cohesión. Lo crucial de contar con el amparo y la guía del mayor espacio de libertad y prosperidad del mundo. Lo crucial de dar el paso adelante, de abandonar la cola del continente y pujar por situarse en el corazón del lugar del que nunca debimos alejarnos. Que son muchos años de lucha y añoranza, mucho sacrificio y mucho esfuerzo por llegar a la meta de la prosperidad y el progreso compartido: Europa. Una palabra que define algo mucho mayor que una realidad geográfica. Europa era el objetivo final. Era el calor del hogar. Era la manta que arropa en el invierno. Era lo que siempre quisimos ser.

Pasaron 30 años. España era ya entonces una democracia homologable al resto de las democracias europeas. No era perfecta, ni mucho menos. Pero era una democracia. Era un país libre que había visto cómo se multiplicaba su PIB per cápita, sus oportunidades, su cultura, su tolerancia y cosmopolitismo. Pero la generación que nació al amparo del Himno de la Alegría se hizo mayor y se encontró una Europa renqueante, una Europa que no respondía a lo que le habían enseñado de pequeños. Una Europa que fallaba, o eso decían, a propios y extraños.

La situación en la que nos encontramos responde a un curioso cruce de realidades. Somos parte de una generación, la nacida entre los ochenta y principios de los noventa, que es consecuencia directa de la entrada de España en la Unión Europea. Aprovechamos la pujanza económica en muchos aspectos. Viajamos, conocimos el continente. Entablamos relaciones con personas de todos los lugares descubriendo, fascinados, que pese a ser guiris eran tan normales como tú o como yo. Contactamos con ellos a través de eso que llamaron redes sociales, que eliminan las distancias hasta niveles casi comprometedores.

Y, sin embargo, y precisamente por haber disfrutado de la prosperidad derivada de la entrada en Europa, la crítica a la UE está cada vez más extendida. Hay una generación entera –ya llegarán más, que esto es cuestión de tiempo– para los que la mera existencia de la UE no es suficiente. La UE es parte de nuestra realidad diaria, la vivimos en nuestro día a día y comprobamos cómo la línea que separa la política interna de la externa, en Europa, está más difuminada que nunca. Sabemos que en el referéndum griego, por poner un ejemplo, ‘votábamos’ todos aunque no pudiéramos votar. Sabemos que el futuro de Grecia está ligado al nuestro, igual que el de Italia, el de Alemania o el de Francia. La UE cada vez importa más, cada vez interesa más; pero cada vez sufre más. Nos creímos que la democracia era el menos malo de entre todos los sistemas conocidos, pero comprobamos que la UE no era tan democrática como pensábamos. Hoy, a veces, resulta molesto que los intereses nacionales de los países de los más grandes prevalezcan sobre los intereses comunes de un proyecto que, siempre y pese a todo, merece y merecerá la pena. Esta generación, pese a ello, sabe que Europa no funciona como debería funcionar. Esta generación mira a Europa como un escalón administrativo más y que le exige lo mismo que al resto: rendición de cuentas, solucionar problemas y hacer que mi vida sea mejor.

Empieza a resultar algo difícil acompasar los tiempos de nuestra vida con los tiempos de la UE. Las decisiones se toman de forma no inclusiva –por decirlo suavemente y no acordarnos de los tecnócratas en Grecia o Italia, pisoteando los cimientos más profundos de la democracia–. La ciudadanía europea (si es que eso existe) en general y la juventud en particular (que depende mucho más de la actitud que de la edad) sospecha que Europa no es todo lo democrática que debería ser. La cuestión de la legitimidad democrática es quizá la clave de bóveda de todo el proyecto de integración. La UE está muy tocada tras lo ocurrido con Grecia. Los electorados del norte y del sur empiezan a tomar caminos divergentes sobre las bases de una narrativa envenenada, fundamentada en términos como ‘terrorismo’, ‘imperialismo’, ‘colonialismo’, ‘soberanía’, ‘vagos’ o ‘nacionalismo’.

Las instituciones europeas necesitan libertad por parte de los gobiernos nacionales para encontrar más fórmulas de legitimidad democrática. Solo dando la palabra a los ciudadanos, de manera que puedan percibir como propias a unas instituciones lejanas, frías y aburridas; se podrá recuperar la confianza perdida.

La brecha de confianza no afecta solo a los gobiernos de Atenas y Berlín. Afecta a decenas de millones de personas de corta edad o gran inquietud que saben que Europa es parte de sí mismas pero que no ven la respuesta que esperarían ver a sus problemas diarios. Y esa brecha es mucho más difícil de sanar en el largo plazo, porque, a diferencia de los gobiernos nacionales, la Unión Europea no tiene garantizada su existencia.

 

Javier García Toni. Experto en comunicación política y cofundador y miembro de la plataforma Con Copia a Europa.

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Comments
  • Marco Antonio Martinez
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    “Volver…sin haber concluido el recorrido” En días recientes escuchaba a un que había empezado esta aventura con LA FE PUESTA EN LA SOLIDARIDAD EUROPEA. Hoy que en carne propia experimentaba el amargo sabor de esa solidaridad se arrepentía del esfuerzo hecho. Y es que antes de la UE. El mundo escuchaba y desde lejos se sabía que había un Continente muy diferente a los otros Continentes. Hoy. No guarda mucha diferencia con el resto. Es un Continente aún agresivo para sus propios jóvenes que en mucho no logran obtener empleo y si lo consigue es mediante contratos basura.
    Sin terminar un parpadeo pasó de un Continente de Paz a un Continente PROMOTOR DE CONFLICTOS BÉLICOS. Integrando una Ilegal Coalición Internacional que ha intervenido una serie de países vecinos. Provocando desplazamientos de poblaciones que huyendo de la muerte, hoy son llamados por los medios europeos MIGRACIÓN ILEGAL EN EL MEDITERRÁNEO.
    El Proyecto Europeo es una Genialidad. Corresponde a las Generaciones contemporáneas de jóvenes europeos decidir y trabajar hacia donde debe encaminarse la UE.

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