En Justicia e Interior

– Carmen Román Vaca – 

A comienzos de los años 70, la idea de construir un proyecto de integración europea fundamentado en una ciudadanía propia, comenzó a fraguarse. Sin embargo, habría que esperar hasta 1992 hasta ver el término de “ciudadanía europea” introducido  por primera vez en los Tratados, en concreto en el Tratado de Maastricht. La ciudadanía europea fue una de las grandes innovaciones aportadas por este Tratado. Representó en ese momento un movimiento hacia una idea de integración europea más política, un intento de compensar con un avance en lo político, el hasta entonces prácticamente exclusivo avance en el terreno de la integración económica.

Si bien supuso un gran paso simbólico, en términos reales el contenido en derechos del estatuto de ciudadano era escaso y, por ello, fue duramente criticado. En sentido estricto, el estatuto de ciudadano europeo confiere a los nacionales de los Estados miembros una serie de derechos “adicionales”, en concreto: el derecho a la libre circulación y residencia en la UE, el derecho a votar y a ser candidato en las elecciones europeas y municipales en el Estado de residencia, el derecho a recibir protección diplomática y consular de un Estado miembro distinto del de origen en el territorio de un país tercero en el que el Estado de origen no tenga representación, el derecho de petición ante el Parlamento Europeo y a presentar una denuncia ante el Defensor del Pueblo Europeo.

De acuerdo con la Comisión Europea, existe un objetivo implícito en otorgar este número de derechos adicionales a los ciudadanos: fomentar y promover sentimientos en los ciudadanos europeos de identidad e identificación con la Unión. Concuerda esta visión de la Comisión con la tesis de Habermas de “patriotismo constitucional”. Habermas defiende que el conocimiento y el ejercicio de derechos comunes puede formar la base para la construcción de un modelo de identidad que derivaría de un proceso reflexivo asociado con el ejercicio de esos derechos. En otras palabras, el ejercicio continuado de los derechos asociados a la ciudadanía europea crearía en el ciudadano un sentimiento de pertenencia e identidad.

Sin embargo, en el contexto europeo, los derechos que se otorgan al ciudadano, básicamente políticos, no han despertado por ahora ese sentimiento europeo: es de sobra conocido el alto grado de desafección política existente, como demuestra, entre otros, el alto índice de abstención en las elecciones al Parlamento Europeo. Quizás sea demasiado pretencioso derivar de la existencia de un número escaso y limitado de derechos principalmente políticos, cuya existencia muchas veces el ciudadano medio incluso ignora, la creación de una identidad común y de sentimientos de afecto hacia el proyecto europeo.  La creación de una identidad, a la que se asocian los conceptos de pueblo o nación,  ha sido tradicionalmente resultado de complejos procesos históricos, a través de los cuales la unidad de un grupo de personas se ha ido consolidando.

Una opción más realista podría ser derivar la creación de esa identidad, sin abandonar la teoría de Habermas, no sólo del conocimiento profundo y el ejercicio por los ciudadanos de esos pocos derechos que otorga el estatuto de ciudadanía, sino del conjunto de logros, derechos y libertades que desde los años 50 la Unión Europea (y no cada uno de los Estados miembros europeos por separado) ha conseguido para el ciudadano.

Hoy sin embargo, con la grave crisis económica, se ponen en duda todos estos logros. El panorama actual parece desalentador. El euroescepticismo y la desafección hacia el proyecto europeo aumentan, alimentados por mensajes nacionalistas y populistas además de, entre muchos otros factores, una deficitaria comunicación entre la UE y el ciudadano, y las propias debilidades de un proyecto como el europeo, inacabado e imperfecto. Pero no por ello prescindible: que la “Unión hace la fuerza” es aún más evidente hoy que hace 60 años, momento el actual en que los pequeños Estados de Europa cuentan mucho menos en el panorama internacional que entonces.

Por tanto, en este contexto hostil hacia el proyecto de integración europea, ¿cómo transmitir al ciudadano una información objetiva sobre los derechos y libertades que la UE ha propiciado, que le dé los instrumentos para una reflexión crítica sobre el proyecto europeo? Desde el Instituto Universitario de Estudios Europeos creemos que a través de la educación. No se ama lo que no se conoce y con esta idea el Instituto Universitario de Estudios Europeos de la Universidad CEU San Pablo está organizando, en el marco de una acción Jean Monnet de la Comisión Europea, MoreEU, junto con otras universidades e instituciones educativas europeas (la Scuola Superiore Sant’Anna de Pisa, la institución Notre Europe de París, la Universidad de Varsovia y la Nova Law School de Lisboa) una serie de actividades cuyos fines son, entre otros: promover la educación de calidad y la información sobre la Unión Europea entre los más jóvenes, en concreto, alumnos de secundaria y bachillerato; y proporcionar una formación de calidad en Unión Europea para los profesores de secundaria y bachillerato de asignaturas cuyo contenido incluya el aprendizaje-enseñanza sobre la Unión Europea y su historia, a través de seminarios y cursos.

Si bien es cierto que la creación de una identidad común europea es hoy en día una idea bastante utópica, a la vista de la realidad actual, no puede deducirse de esto que un “demos” o pueblo europeo no pueda ir construyéndose como resultado de un progresivo desarrollo, ya que tampoco este “demos” tendría por qué tener los mismos rasgos de identidad que han definido tradicionalmente a los Estados. Precisamente, el valor añadido de la UE es alejarse de los esquemas tradicionales de construcción de los Estados-nación, evitando sus debilidades. En este sentido, los Eurobarómetros reflejan que los ciudadanos europeos valoran como elementos que forman parte del concepto de identidad europea, valores constitucionales como la democracia y las libertades; la cultura; y los logros económicos, como el euro y el desarrollo económico alcanzado. Es curioso que aspectos esenciales de la identidad en el seno de un Estado, como  la raza, la religión o la lengua, no formen parte de este concepto de identidad.

Quizás la UE pueda servir como laboratorio para la creación de un nuevo concepto de “ciudadano”, un concepto más integrador y plural. No hay que olvidar que el proceso de integración europea es un proyecto innovador, pensado para superar los límites de los Estados nación, en continua construcción y cuyo futuro alcance no se puede subestimar, teniendo en cuenta los grandes logros ya alcanzados.

Carmen Román Vaca. Investigadora en Instituto Universitario de Estudios Europeos

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