En Justicia e Interior

– Beatriz Pérez de las Heras – 

Junto al cambio climático, la escasez de recursos naturales constituye un desafío de enormes y múltiples dimensiones al que debe dar respuesta la comunidad internacional en su conjunto. Sólo en los últimos 50 años, el consumo mundial de recursos se ha incrementado en más de un 50%, superando la biocapacidad del planeta, esto es, su potencial para seguir suministrando recursos naturales. Las perspectivas apuntan a que la demanda global seguirá creciendo, pudiendo llegar a triplicarse para 2050 [1]. El consumo intensivo de recursos acarrea además impactos medioambientales, sociales y económicos adversos, como el incremento de la contaminación atmosférica, la pérdida de biodiversidad o la inseguridad alimentaria, especialmente relevantes en los países más pobres.

La competencia mundial por recursos naturales, como los minerales, el agua, las tierras fértiles o las fuentes de energía, va en aumento y es cada vez más intensa, lo que genera precios más altos, volatilidad de los mercados e incertidumbre sobre la disponibilidad de los recursos.

Para la Unión Europea, como región altamente dependiente de las importaciones de materias primas y energía, el acceso seguro a los recursos se ha transformado en una prioridad de primer nivel y en un componente esencial para garantizar la protección medioambiental, la prosperidad económica y el bienestar social. En respuesta a este desafío, la UE ha emprendido la transición hacia una economía circular, como nuevo modelo de desarrollo más sostenible y competitivo en el que todos los recursos se aprovechan y se reciclan al final de su vida útil, con el fin de volverlos a utilizar. A diferencia del sistema económico lineal, consistente en coger, producir, usar y eliminar, el nuevo paradigma de crecimiento tiene como objetivo todo lo contrario, esto es, reducir el consumo general de recursos, mantener el valor de los materiales y la energía utilizados en los productos el mayor tiempo posible y transformar los residuos en recursos.

Para estimular este cambio de modelo, la UE ha adoptado en los últimos años  numerosos marcos estratégicos y acciones específicas, entre otros, la Estrategia Europa 2020, la iniciativa emblemática “Una Europa que utilice eficazmente los recursos”, el 7º Programa de Acción Medioambiental (“Vivir bien, respetando los límites de nuestro planeta”), la Directiva Marco de Residuos o el último plan de acción y paquete de medidas para la economía circular, de diciembre de 2015. Como actuaciones clave, se promueven, entre otras, el ecodiseño y la concepción de productos inteligentes, la reutilización, la reparación y el reciclado, el uso eficiente de materias primas, la gestión y reciclado de residuos, la ecoinnovación y la contratación pública ecológica.

La implementación de estas medidas en marcha, y de otras tantas cuya adopción está prevista para los próximos años, requiere su aplicación efectiva por parte de los responsables políticos a nivel nacional, regional y local, pero también y especialmente la implicación activa de los ciudadanos. En efecto, a pesar de los progresos observados en los últimos años hacia un menor y más eficiente uso de materiales, especialmente por parte de la industria y los sectores productivos, el nivel de consumo en la UE sigue siendo intensivo. Así lo demuestran las 15 toneladas de materiales consumidas anualmente por persona, según las estimaciones de la Comisión Europea y la Agencia Europea de Medio Ambiente. Al mismo tiempo, cada ciudadano de la UE genera una media de 4,5 toneladas de residuos al año, de los que apenas se recicla un tercio. En el caso concreto de los alimentos, se calcula que se desechan alrededor de 100 millones de toneladas cada año en la UE [2].

Por tanto, aparte de marcos estratégicos y actos jurídicos, se necesitan iniciativas que sensibilicen y comuniquen a los ciudadanos y la sociedad civil el interés y los beneficios de la economía circular. Por ejemplo, campañas como la Generation Awake, dirigida a jóvenes europeos y familias con niños pequeños, contribuyen a propiciar cambios hacia pautas de consumo más sostenible, al concienciar sobre el uso eficiente de recursos, como el agua, o la gestión de residuos. Así, el simple gesto de depositar envases y papel en los contenedores específicos para el reciclaje constituye una valiosa contribución al desarrollo sostenible, ya que permite ahorrar materias primas, energía, agua y reducir las emisiones contaminantes. Igualmente, compartir recursos o infraestructuras, como viajes en coche entre ciudades, profesionales que impartan cursos en temas concretos, tiempo de paseo y cuidado de mascotas durante períodos cortos o alquileres de espacios para organizar eventos, son algunos ejemplos de nuevas modalidades de consumo que favorecen la transición hacia una economía circular. Estas nuevas formas de consumo, conocidas bajo el nombre de “economía colaborativa”, empiezan a ser visibles a nivel local y estatal, y su promoción puede ser cofinanciada con fondos europeos de la política de cohesión.

La UE es, sin duda, el nivel desde donde se pueden decidir y adoptar medidas adecuadas para la gestión eficiente de recursos, pero la consecución de resultados efectivos gravita principalmente sobre una ciudadanía concienciada y responsable. Un informe reciente del Eurobarómetro revela que el 80% de los ciudadanos encuestados en los 28 Estados miembros desearía que su país redujera los residuos que genera, al tiempo que la mayoría considera que un uso más eficiente de recursos tendría un impacto positivo en su calidad de vida, el crecimiento económico y las oportunidades de empleo [3]. Con todo, queda mucho camino por andar para reorientar los comportamientos de consumo en la UE. Las redes sociales, los medios digitales y las campañas de concienciación constituyen canales e instrumentos clave para movilizar a los ciudadanos hacia pautas de consumo más sostenible.

En este camino hacia la economía circular y sociedad del reciclado, la ciudadanía se erige, por tanto, en el eje central del cambio. De nuestras acciones diarias en el entorno familiar, laboral y natural depende, en definitiva y en gran medida, la prosperidad económica y social de Europa, así como el futuro del planeta. Compartir recursos y reciclar son gestos que facilitan la transición hacia una economía circular y aseguran, por ende, nuestra calidad de vida y bienestar a largo plazo.

[1] WORLD WILDLIFE FUND, Living Planet Report, 2014.

[2] EUROSTAT, “Estadísticas sobre residuos”, 2015, disponible en http://ec.europa.eu/eurostat/statistics-explained/index.php/Waste_statistics/es

[3] EUROPEAN COMMISSION, Flash Eurobarometer 388. Attitudes of Europeans towards waste management and resource efficiency, 2014.

Beatriz Pérez de las Heras. Catedrática de la Unión Europea. Universidad de Deusto

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