En Justicia e Interior

– Alberto J. Gil Ibáñez – 

El “día después” del referéndum británico ha mostrado lo peligroso que es someter decisiones complejas a votación popular sin que el pueblo esté debidamente informado de “todas” las consecuencias prácticas de una u otra decisión, dejando en su lugar que el debate gire sobre aspectos emocionales y grandes declaraciones basadas en datos manipulados. En España sabemos bien de lo que hablamos.

Estudios que alertaban de las consecuencias del Brexit había, pero el esfuerzo realizado a este respecto por el gobierno británico fue notablemente inferior al desplegado con el referéndum de independencia escocés y su célebre (y eficaz) página web de “better together” [1]. Como consecuencia “hoy”, tomando simplemente los datos de fuga de capitales y aumento de la xenofobia (incluso frente a ciudadanos de otros Estados de la UE) seguramente muchos ciudadanos británicos “pro-Brexit” cambiarían su voto.

¿Por qué ha ocurrido este desastre en el país supuestamente del rigor y la eficacia? Hay muchas explicaciones, algunas de ellas ya publicadas, pero en estas líneas vamos a abordar un análisis menos frecuente: el de la manipulación histórica y psicológica que sustenta el orgullo nacional británico. No malinterpreten: unas gotas de orgullo nacional son necesarias para mantener una sana autoestima colectiva como columna de toda colectividad nacional, pero cuando ese sentimiento se fundamenta en datos falsos o manipulados, o en un aire decimonónico, se producen resultados potencialmente contraproducentes. Comencemos recordando algunos datos históricos: el Reino Unido nace “solo” en 1707. Hasta 1542 Gales no se incorpora al Reino y ello con notables dificultades. El primer rey que figura como de la Gran Bretaña será Carlos I en 1625, aunque faltaría todavía bastante para que se le uniera Escocia.

Y sin embargo…, ¿cuál es el hecho más relevante del siglo XX? Algunos dirán que la revolución soviética, otros que la II Guerra Mundial, pocos citarán sin embargo a un suceso crucial para el equilibrio geoestratégico en el mundo: la desaparición del Imperio Británico. ¿Por qué esta laguna? Tal vez porque los propios gobiernos británicos diseñaron una estrategia para que así fuera. Llama la atención, por ejemplo, que en el periodo que va desde 1948 hasta 1981, cuatro estudiosos británicos publicaran varios artículos con idéntico título “The Decline of Spain” (E.J. Hamilton, J.H. Elliott, H. Kamen, J.I. Israel, los tres últimos en la revista Past and Present). Una obsesión que servía como cortina de humo para tapar otras decadencias más modernas y acuciantes.

De hecho, la caída del Imperio británico fue bastante más traumática de lo que se nos ha vendido. Por una parte, cuando los japoneses llegaron en plena II Guerra Mundial a algunas colonias británicas, fueron recibidos en una primera instancia como verdaderos salvadores y con los brazos abiertos, hasta que se dieron cuenta de que eran peores que los propios británicos. El propio Franklin Delano Roosvelt sostenía en 1942:

“Explotar los recursos de una India, una Birmania, una java; sacar toda la riqueza de esos países, pero nunca devolverles nada (…). Suciedad. Enfermedad. Una tasa de mortalidad muy elevada (…) Esas personas son tratadas peor que ganado (…) Por cada dólar que los británicos han puesto en Gambia han sacado diez. Es pura y simple explotación” (citado por Niall Ferguson, El imperio británico. Cómo Gran Bretaña forjó el orden mundial, ed. Debate, Barcelona, 2005, p. 397).

Tal vez por ello, la desaparición del Imperio británico fue una de las condiciones que impusieron los Estados Unidos para entrar en la Guerra y salvar a los británicos de los nazis.

El nombre de “Commonwealth” (poner la riqueza en común) expresa muy bien el origen y sentido que tuvo la construcción imperial para el gobierno británico: todo estaba supeditado a aumentar la riqueza… de Gran Bretaña y de los británicos. Como afirmaba Montesquieu en El Espíritu de las leyes (XX, 1): “Inglaterra supeditó siempre sus intereses políticos a los del comercio. Es el pueblo que mejor ha sabido servirse de tres cosas importantes: la religión, el comercio y la libertad”.

Por ello cuando acabó el Imperio la economía de Gran Bretaña cayó en picado. El gigante tenía los pies de barro, y sin el mercado de sus colonias se convirtió poco a poco en una potencia de segundo orden, sólo salvada por la especial relación y apoyo que le prestaba ahora la nueva metrópoli mundial: los Estados Unidos. Sólo un dato: de abarcar Gran Bretaña el 25% de las exportaciones mundiales en 1950 pasó al 9 por ciento en 1973.

Pero hay más, a pesar de los esfuerzos por acallar la leyenda negra británica, haberla la hubo. En 2001 tuvo lugar una Conferencia internacional de las Naciones Unidas en Durban donde se condenaron los efectos del colonialismo sobre los pueblos africanos y asiáticos. Pocos años antes, en 1999, una Comisión de países africanos propuso una demanda de indemnización por las vidas humanas perdidas como consecuencia de la trata de esclavos y la extracción de oro, diamantes y otros minerales durante el régimen colonial. Había otros países implicados, pero la nación en la que todos pensaban era Gran Bretaña como Gran Responsable. Ello implicaba que la cantidad a pagar por los británicos debía ser al menos de ciento cincuenta mil millones de libras esterlinas. Por supuesto la demanda quedó en nada.

Todo esto demuestra que cuando el Reino Unido decide en 1961 pedir la entrada en las Comunidades Europeas no lo hacía por sentimentalismo, ni necesariamente por compartir el proyecto europeo, sino por una acuciante necesidad política y económica que aconsejaba salir del aislamiento. De ello era muy consciente Francia. Lo curioso es que pasados más de 50 años los británicos hayan olvidado todo esto y vuelvan a creer que están mejor solos. Ello es consecuencia del renacimiento de un irracional orgullo nacional fundamentado sobre un pasado que ya no existe, y de donde deriva, entre otros aspectos, la idea de que la libra no puede desaparecer aunque el futuro demande en buena lógica reducir monedas y trabas monetarias.

En definitiva “alguien” ha estado engañando a los británicos, haciéndoles pensar que son lo que ya no son, y que pueden estar mejor solos que acompañados. La humildad lleva al aprendizaje, la vanidad (irracional) al empecinamiento ¡Ojalá estén a tiempo de despertar de sueños ilusorios de grandeza antes de que pierdan la que todavía atesoran! No por la Unión Europea. Por ellos.

[1] Ver, por ejemplo, el excelente estudio de Allan T. Tatham, “The Art of Falling Apart?: Constitutional Conundrums Surrounding a Potential Brexit”, CSF-SSSUP Working Papers Series, 2/2015

Alberto J. Gil Ibáñez. Doctor en Derecho Europeo. Administrador Civil del Estado

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