En Justicia e Interior

– Ignacio Fuente Cobo – 

El informe de la Comisión Europea del pasado siete de junio indica que la seguridad constituía una de las tres prioridades que más preocupan a los ciudadanos de la Unión y que más del 75% de los europeos están a favor de crear una defensa común. El propio presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, ha llegado a afirmar en su presentación que “el derecho a sentirse seguro y protegido en su propia casa es el más básico y universal de todos”. Se ha lanzado así un mensaje de unidad y de proyección hacia el futuro en unos momentos en los que Europa parece haberse dado cuenta de que está más sola que nunca en el mundo y de que la inestabilidad en su periferia y la amenaza terrorista la han vuelto más vulnerable y más frágil.

En un entorno internacional caracterizado por acontecimientos profundamente desestabilizadores como las primaveras árabes, la intervención rusa en Crimea y Ucrania, el auge del terrorismo yihadista, o las crisis migratorias, la respuesta a estos grandes desafíos comienza por redefinir cuáles son los intereses de seguridad de la UE, lo que debe hacerse desde una aproximación menos ideológica basada en los valores y más realista basada en las preocupaciones de seguridad europeas. En función de los intereses, la UE debe decidir cuáles son los grandes objetivos estratégicos que, en materia de seguridad y defensa, pretende alcanzar. Estos objetivos, una vez aceptados por todos, constituyen la base para desarrollar una política de defensa propiamente europea.

A continuación, hay que priorizar los principales riesgos y amenazas para la seguridad de Europa, ya identificados en la Estrategia Global de junio de 2016, de manera que se pueda desarrollar las líneas de acción estratégica más eficaces para hacerles frente. El último paso sería aprobar los medios necesarios para conseguirlo. En definitiva, es necesario diseñar una política de seguridad y defensa coherente, integral y creíble adaptada a los desafíos de seguridad que plantea a la Unión un mundo en cambio. El nivel de ambición debe ser el de convertir a la Unión Europea en un verdadero actor global, lo que implica reforzar sus estructuras de gestión de crisis, dotándolas de las capacidades apropiadas, así como el reforzamiento racional y sinérgico de la industria de defensa.

El primer paso para lograrlo sería lanzar definitivamente la cooperación estructurada permanente (PESCO) contemplada en los artículos 42 y 46 del Tratado de Lisboa, identificando a aquellos países que están dispuestos a participar en el desarrollo de capacidades y en el despliegue de misiones militares europeas. En base a los mismos, se podría crear una fuerza europea de proyección y de protección completamente integrada y autónoma capaz de intervenir, bien en el interior del territorio de la Unión, o bien más allá de las fronteras de Europa en un plazo de tiempo muy corto. Se podrían aprovechar inicialmente los actuales 15 “grupos de combate” de entidad batallón empleándolos en operaciones reales tanto no ejecutivas (como son las de entrenamiento) como propiamente ejecutivas, con lo que se lanzaría un mensaje claro acerca de la voluntad de la UE de hacer valer su voz como actor internacional. Previamente habría que lograr que las decisiones políticas sobre su utilización se tomasen en el ámbito de las instituciones europeas, limitando el derecho de veto de los socios. También habría que mejorar su modularidad y una mayor integración operativa de sus distintos componentes nacionales.

En segundo lugar, sería necesario crear un presupuesto europeo de defensa para financiar todas las operaciones propiamente europeas, que vaya más allá del actual mecanismo Athena. Para dotar este presupuesto de manera independiente a los presupuestos nacionales, se podría aprovechar los compromisos asumidos por los estados de incrementar sus presupuestos de defensa hasta el 2% del PIB.

Un tercer paso, derivado del anterior, vendría dado por la necesidad de coordinar, por medio de revisiones periódicas, los distintos procesos de planeamiento nacionales de la defensa integrándolos en el proceso del planeamiento propiamente europeo desarrollado por su Estado Mayor, de manera análoga a como lo ha hecho la OTAN durante décadas. Se lograría, con ello, tener una visión general y realista de las necesidades de defensa de la Unión, así como de los gastos de defensa y de las inversiones nacionales en adquisiciones, investigación y desarrollo en ese ámbito. En esta misma dirección, estaría la necesidad de crear un Cuartel General conjunto, independiente de los ofrecidos por las naciones, que fuera responsable del planeamiento, coordinación y conducción de todas las operaciones de la UE.

En cuarto lugar, y derivado del anterior, la UE debería financiar aquellas capacidades críticas que por su precio o especial complejidad no pudieran adquirir o desarrollar los estados miembro por sí solos, así como apoyar a los Estados miembros en la consecución de capacidades propias necesarias para hacer frente a las amenazas, riesgos y retos estratégicos presentes y futuros. Ello exige diseñar nuevos instrumentos para financiar el desarrollo de capacidades y la cooperación en materia de defensa apoyando la industria europea de defensa y la innovación tecnológica y promoviendo la cooperación reforzada en materia de defensa. La propuesta de la Comisión de crear un fondo común dotado de 1500 millones de euros anuales para nuevos equipos e investigación militar constituye un avance, si bien insuficiente si lo comparamos con otras potencias globales, en la buena dirección.

Finalmente, habría que unificar los procedimientos y doctrinas de las Fuerzas Armadas de los distintos países de manera que pudiera garantizarse la interoperabilidad de las mismas en todo momento. Se podrían crear academias militares europeas que garantizasen que todo el personal militar adquiriese la misma formación independientemente de su país de procedencia. Un primer paso en esta dirección sería generalizar los “erasmus” militares e incrementar los ejercicios combinados del personal militar de los distintos países.

En definitiva, se trata de impulsar la integración en el campo de la seguridad y la defensa, de manera que Europa adquiera la suficiente masa crítica como para convertirse en un verdadero actor estratégico consolidándose como un  proveedor de seguridad internacional. En los tiempos del Brexit, de los populismos,  del alejamiento estratégico de los Estados Unidos y del incremento de las amenazas a la seguridad europea en el Este y en el Sur, apostar por la defensa de Europa supone hacerlo por el futuro de una Unión Europea más fuerte y más centrada en sus propios intereses y en los de sus ciudadanos, dispuesta a jugar un papel pragmático y activo, incluso de liderazgo, en la escena internacional.

Ignacio Fuente Cobo. Coronel de Artillería DEM. Instituto Español de Estudios Estratégicos.

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