En Justicia e Interior

– Clara Bort Díaz – 

En las veinticuatro horas que preceden a la redacción de estas líneas –a 22 de enero de 2018– 71 personas han sido rescatadas y dos han fallecido al naufragar su patera en el mar de Alborán. El impacto mediático de esta realidad, cotidiana en ciertas zonas del Mediterráneo, ha sido casi nulo: la crisis migratoria dejó de tener hueco en la agenda hace ya tiempo. Los datos indican que la falta de cobertura al problema no se debe, ni mucho menos, a que este se haya solucionado.

El periodista Antonio Trives, especializado en derechos humanos, habla sobre ello en el blog 3500 Millones. “Estas situaciones no suelen ser capturadas por una cámara o si lo son, no son tan llamativas como para remover conciencias. O lo que puede ser peor, que la cotidianidad eclipse la indignación y la empatía”, escribe Trives para la publicación de El País.

Uno de los síntomas de esta cotidianidad está en el hecho de que la crisis migratoria diera sus últimos coletazos informativos a finales del pasado mes de septiembre. En este momento los medios de comunicación se hicieron eco de que ni la Unión Europea ni casi la totalidad de los gobiernos de los países miembros –entre ellos el español– habían cumplido con su compromiso de acogida de refugiados.

Fue en julio de 2015, año en el que la crisis alcanzó su paroxismo, cuando el Consejo de la Unión Europa estableció que acogería a un total de 62.506 refugiados, según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). La mayor parte de estas personas –40.000– serían reubicadas desde Grecia, Italia y Hungría, y las restantes se reasentarían desde países extracomunitarios, prioritariamente el norte de África, Oriente Medio y el Cuerno de África.

Ya entonces el propio Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, apeló a la responsabilidad de los Estados miembros para asumir compromisos precisos y significativos, según recoge el diario El Periódico. “La solidaridad sin sacrificio es pura hipocresía. Ahora no necesitamos declaraciones vacías sobre solidaridad, sino solo hechos y números”, expuso Tusk en la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno celebrada para abordar el problema migratorio.

Solo dos meses después, el Consejo Europeo aumentó a 120.000 la cifra de personas refugiadas que se reubicaría desde Grecia e Italia –Hungría decidió excluirse del esquema final– con su consiguiente repercusión en los compromisos de acogida de los estados miembros. Por ejemplo; el cupo de reubicaciones y reasentamientos que debía cumplir España en un plazo de dos años pasó de 2.749 a 17.337 personas.

Curiosamente, al menos parte del por qué del aumento casi exponencial del número de refugiados al que se comprometió a reubicar el Consejo Europeo debe buscarse en los medios de comunicación. El día 3 de septiembre la agencia Reuters publicó la imagen de Aylan Kurdi –un niño sirio de tres años de edad que falleció ahogado– yaciendo en una playa de Turquía. La imagen, tomada por la fotógrafa turca Nilüfer Demir, conmocionó a la sociedad europea y las instituciones políticas actuaron en parte presionadas por la opinión pública.

Sin embargo, del mismo modo que la imagen de Aylan se desdibujó del imaginario colectivo con el paso del tiempo, el compromiso de acogida de la Unión Europea acabó por convertirse en papel mojado, como bien atestiguaron el pasado mes de septiembre los mismos medios de comunicación que hace dos meses publicaban en portada la imagen del niño sirio. El balance tras finalizar el plazo que impuso el Consejo Europeo es que solo se acogió al 25% de las 182.504 personas que decretaba el compromiso, según informa el diario El Mundo basándose en datos de CEAR.

Solo un país miembro de la Unión Europea cumplió con lo acordado: Malta, además de Noruega y Liechtenstein, que entraron en el plan de forma voluntaria. Alemania y Francia, a pesar de ser los países que encabezaron el reparto con 9.887 y 6.433 personas acogidas respectivamente, no respetaron el compromiso. Tampoco lo hizo España, que solo recibió a 1.983 refugiados, cumpliendo solo con un 11% de la cifra acordada. Eslovaquia y República Checa no llegaron a acoger al 2% de las personas que deberían, mientras Polonia y Hungría decidieron permanecer blindadas a cualquier demandante de asilo, según El Mundo.

Dos meses después de que el fin del plazo para reasentar y reubicar a personas refugiadas en la Unión Europea se saldara con este resultado, la situación no ha mejorado para quienes persisten en buscar una oportunidad en territorio comunitario. Los flujos migratorios continúan mientras ONGs como Oxfam, Human Right Watch o Amnistía Internacional alertan de que los puntos de procesamiento de los refugiados de las islas griegas de Lesbos, Samos y Chíos triplican su capacidad.

Según Cuatro, Jana Frey, directora del International Rescue Committee en Grecia, alerta sobre que esta situación implica “una carrera contrarreloj” y “se perderán de nuevo vidas este invierno a menos que se permita moverse a las personas, de una forma voluntaria y organizada, a la península”. El director de Oxfam en Grecia, Nicola Bay, va más allá, considerando a las islas “lugares de confinamiento indefinido para los solicitantes de asilo, que han arriesgado sus vidas en busca de seguridad y una vida mejor en Europa”.

A pesar de estas condiciones, las peticiones de asilo no cesan; según Eurostat, solo entre julio y octubre de 2017 más de 178.630 personas solicitaron asilo en algún Estado miembro de la Unión Europea. Mientras esperan respuesta a su solicitud, cerca de 136.000 personas ya refugiadas a las que el Consejo se comprometió a acoger siguen en el mismo punto que en 2015.

Más allá de las palabras de Tusk o las denuncias de las ONGs, las cifras hablan por sí solas. Abra o no los telediarios, aparezca o no en las portadas, la crisis migratoria continúa siendo a día de hoy un desafío ante el que Europa no ha planteado aún una respuesta efectiva.

Clara Bort Díaz. Alumna del Máster en Relaciones Internacionales del Instituto Universitario de Estudios Europeos.

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