En Justicia e Interior

– David Urbano Quintero – 

A diferencia de otras crisis, como las provocadas por el fracaso del proyecto de Constitución Europea en 2005 o aquélla originada por una desoladora situación económica -que tanto ha perjudicado al conjunto de Estados miembros de la Unión-, hemos sido testigos en los últimos años del planteamiento de una cuestión cuya solución no tiene visos de alcanzarse a través de un debate político entre EEMM [1], la creación de nuevas instituciones, ni siquiera la ampliación de competencias de aquellas ya existentes, como ha sucedido en la superación de las coyunturas expuestas hasta el momento.

En la actualidad, contemplamos uno de los mayores desafíos a los que la Unión haya hecho frente desde su creación: los movimientos secesionistas en el el seno de sus miembros. Tras más de 60 años de paz, la Unión no sólo se erige como el actor internacional más importante en el ámbito de nuestra región, también -como indicaba el comité noruego del Nobel en 2012-, como un instrumento para la consecución “de la paz y la reconciliación entre naciones” [2], encarnando el espíritu de la fraternidad. Sin embargo, los logros alcanzados hasta el momento en innumerables materias podrían convertirse en un legado de un sujeto extinto: la Unión.

Las posturas secesionistas suponen un ataque frontal contra la vocación integradora de la Unión Europea.“Unidos en la diversidad”, lema acuñado por la Unión Europea en el año 2000, no parece identificarse con aquellos movimientos que persiguen la escisión de un Estado miembro, lo que implicaría manifiestamente la exclusión de los nuevos territorios independientes del sistema comunitario en toda su extensión: la inaplicación automática de los tratados. Esto, a pesar de las reservas manifestadas por líderes de movimientos como el secesionismo catalán, es irrefutable. En palabras de la Presidencia de la Comisión Europea -institución conocida como guardiana de los tratados comunitarios- no hay lugar a dudas: “Cuando una parte del territorio de un Estado miembro deja de formar parte de ese Estado, por ejemplo porque se convierte en un Estado independiente, los tratados dejarán de aplicarse a este Estado” [3]. Estas palabras, pronunciadas en 2004 por Romano Prodi fueron aludidas por Barroso [4] y han sido literalmente reproducidas por el actual presidente de la Comisión Jean Claude Juncker [5], infiriéndose de sus declaraciones una línea marcadamente continuista en la posición adoptada al respecto.

La consecución de los objetivos secesionistas supondría un cataclismo político. Europa es una región políticamente compleja, como a lo largo de la historia puede constatarse [6]. La independencia reconocida de una región -perteneciente a priori a un Estado miembro- sería interpretado como hoja de ruta por otras tantas, suponiendo esta primera el modelo inspirador para el resto. Esto comporta un riesgo manifiesto atendiendo a la explicación ofrecida en relación con la unidad como factor de paz y conciliación. La disparidad de opiniones en torno a cuestiones propias de los Estados miembros propiciaría enfrentamiento en el seno de las instituciones representativas. Sobre este particular se han pronunciado varios líderes políticos, entre los que destacaremos a Manuel Valls o Anne Hidalgo, defensores de la identidad europea y contrarios a movimientos independentistas tales como el catalán. Mientras el ex primer ministro galo, consciente de la rapidez con que estos movimientos -apoyados por fenómenos populistas- pueden surgir, sostiene que “desmembrar España es desmembrar Europa” [7], la alcaldesa de París subraya que “Europa, en su conjunto, tiene la necesidad de permanecer unida para superar los obstáculos de este siglo” [8].

Debilita imagen de la Unión como actor internacional protagonista. La inoperancia de una Unión, incapaz de solventar cuestiones internas a través de mecanismos democráticos propios, es un déficit según señalaba Putin en un discurso pronunciado en octubre [9]. El mandatario ruso -aun siendo conocedor del carácter interno de la cuestión- no duda en atacar la posición de la Unión Europea, asegurando “que el empleo de dobles raseros en su acción exterior es un riesgo para el desarrollo estable del continente”, subrayando la supuesta incompetencia de la sistema comunitario para solventar el problema político en Cataluña.

Como venimos señalando, los movimientos secesionistas que asoman en el panorama europeo, estrechamente ligados a fenómenos como el populismo y el nacionalismo, constituyen un riesgo manifiesto a las conquistas que el proceso de integración ha alcanzado. Su proliferación no plantearía un estancamiento del proceso de integración, como las anteriores amenazas identificadas, sino en la desintegración de los Estados miembros, y -en última instancia- de la propia Unión Europea. Del mismo modo se percibe la situación por las instituciones comunitarias, que han respondido de forma unánime a los últimos acontecimientos acaecidos en octubre. La Comisión [10], el presidente del Parlamento [11] y el Consejo [12] se han alineado perfectamente en torno a una posición: Europa no puede convertirse en un constructo de 98 Estados [13].

David Urbano Quintero. Alumno del Máster en Relaciones Internacionales del Instituto Universitario de Estudios Europeos.

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