En Justicia e Interior

– Sandra Moreno Ayala – 

Botellas de plástico, residuos sépticos, ruedas, latas, muebles, ropa usada… En definitiva, los desperdicios de una nación y sus ciudadanos. Ahora, imagina 43 millones de toneladas de todos estos residuos concentrados en un único espacio: esta es la cantidad de basura que China importa del resto del mundo cada año.

Sin embargo, el gigante asiático se ha cansado de ser el vertedero del mundo, lo que puede suponer un antes y un después en la industria global del reciclaje. China anunció el pasado julio la entrada en vigor el 1 de enero de 2018 de una nueva ley, que prohíbe la compra de veinticuatro tipos de residuos tóxicos desde el extranjero, con el fin de mejorar su medio ambiente y su industria manufacturera.

Era evidente que este modelo no podía prolongarse mucho más tiempo. Desde los años ochenta, las necesidades de crecimiento del país hicieron que China aceptara importaciones de residuos extranjeros debido a la falta de recursos y a la gran demanda de materias primas baratas. Desde entonces, el país se ha convertido en uno de los actores dominantes de la industria del reciclaje, acaparando más de la mitad del mercado global.

No obstante, no contaron con los severos problemas medio ambientales y de salud que han afectado al país casi cuatro décadas después. Si bien los residuos sólidos son un recurso, también suponen una fuente importante de contaminación.

Ahora bien, ¿cómo afectará esta prohibición a las naciones exportadoras? En el caso de Europa, el conjunto europeo es el mayor exportador de residuos plásticos al continente asiático, destinando el 87 % de los mismos a China y a Hong Kong, por lo que deberán buscar otras alternativas a la gestión de sus residuos. Más en concreto, Reino Unido exporta dos tercios de sus residuos plásticos, lo que podría conllevar un aumento de la contaminación dentro del país.

¿Qué podemos hacer ante dicha implantación? A pesar de que la situación pueda parecer un desastre, los países dependientes deberían ver esta ley como una oportunidad para cambiar la producción masiva de residuos plásticos. En efecto, la producción de plástico supone una epidemia imparable que ha crecido exponencialmente en las últimas décadas. Según la asociación ISWA, de las 1,5 millones de toneladas métricas (Mt) producidas en 1950, hemos llegado a la alarmante cifra de 288 millones de Mt producidas sólo en el año 2012.

La solución no es poner la mirada en otros países que acepten procesar los residuos, en gran medida debido a la menor capacidad en comparación con China, como Malasia o Vietnam. Ahora más que nunca, los países occidentales no deben eludir su responsabilidad en detrimento del medio ambiente y de la salud de los ciudadanos de otros países, sino que ellos mismos deben darle prioridad a la producción, distribución y almacenaje de sus residuos en la agenda internacional para buscar una solución eficaz y sostenible.

En definitiva, acabar con el modelo generalizado de ‘despilfarro’ debe ser una prioridad, fundamentándose en la filosofía de que uno tendría que sentirse más orgulloso por lo vacía que esté su papelera de reciclaje que por todo lo que recicla.

Sandra Moreno Ayala. Alumna del Máster en Relaciones Internacionales del Instituto Universitario de Estudios Europeos.

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