En Justicia e Interior

– Elena Herrera Merino – 

Tras siete años de gran tensión y con la celebración del cuadragésimo aniversario del Tratado de Paz y Amistad, ¿estamos asistiendo a una nueva era de las relaciones entre la República Popular China y Japón?

Desde que en septiembre de 2012 los intereses económicos y estratégicos de la República Popular China y del Estado del Japón chocaran por la anexión de las islas Senkaku (en japonés) o Diaoyutai (en chino) por parte del país nipón, las relaciones entre estos dos países no han circulado precisamente por la senda de la amistad. Esta situación se ve agravada por el sentimiento antijaponés aún presente entre una parte de la población china. Sin embargo, la situación parece estar dando un giro de ciento ochenta grados.

La conocida como “pequeña primavera” de las relaciones entre las dos potencias mundiales se sitúa tras una visita del primer ministro chino, Li Keqiang, a su homólogo japonés, Shinzo Abe, en mayo de 2018 a Tokio, que le ha seguido otra el pasado mes de octubre de Shinzo Abe a Pekín. ¿Tendrán estos dos encuentros entre los máximos dirigentes chinos y japoneses algún interés más allá de la coexistencia pacífica?

Efectivamente, estas dos superpotencias parecen haber entendido bien el viejo refrán de renovarse o morir, ya que estas visitas están claramente impulsando un acercamiento a pasos agigantados, eso sí, muy motivado por una serie de intereses comerciales, económicos y estratégicos compartidos. En el último informe publicado por el Ministerio de Comercio de China, las cifras hablan por sí solas. Muestra que, hasta el mes de septiembre de 2018, China es el primer socio exportador e importador de Japón, con un volumen de comercio de más de 232 mil millones de dólares americanos. Cifra que representa un aumento del 8,3 % respecto al mismo periodo del año pasado.

Otro motivo de este acercamiento se llama Donald Trump y su ya conocida y temida guerra comercial con China. De hecho, si podemos encontrar algo positivo en esta batalla moderna entre China y Estados Unidos es que ha provocado que Japón y China irremediablemente tengan interés en retomar las negociaciones diplomáticas para hacer frente a posibles pérdidas económicas. Pekín, por el gran atractivo de mejorar lazos comerciales con sus socios asiáticos y con una seductora idea en el horizonte de la creación de una zona de libre comercio entre Japón, Corea del Sur y China. Además, otro ideal chino estaría en integrar a Japón en la Nueva Ruta de la Seda, ya que abriría un nuevo campo de experimento que servirá para profundizar en una cooperación mutuamente beneficiosa, como así manifestó Xi Jinping tras la reunión mantenida en Pekín. Tokio, en cambio, mira con recelo a que la guerra comercial se extienda bajo sus fronteras, como así ya ha ido dejando ver Trump en repetidas ocasiones con la solicitud de un intercambio comercial más justo o con la enésima salida por parte de EE. UU. de un tratado comercial, en este caso el del Pacífico. En definitiva, el efecto Trump ha promovido que dos enemigos históricos se den cuenta de que la unión hace la fuerza.

Asimismo, irónicamente tendríamos que darle las gracias a Corea del Norte en sus ligeros pasos hacia la desnuclearización de la península. De este modo, en la cumbre mantenida en el mes de mayo, Shinzo Abe dio un paso firme pidiendo a Corea del Sur y a China que juntos incentivaran al país norcoreano a “abandonar todas las armas de destrucción masiva, todos los programas de misiles balísticos y a garantizar que esas medidas sean verificables e irreversibles”. Como era previsible, el premier chino respondió dando la bienvenida al diálogo y expresó su máximo apoyo a las conversaciones entre Japón y Corea del Norte.

Ya es bien conocida la tradición conquistadora japonesa, así como la actual ambición china de extender su poder e influencia por el mundo. Y es en Tailandia donde han encontrado un gran punto de unión, sutilmente justificado con la idea de fomentar proyectos en terceros países “que les brinden con nuevas oportunidades, así como para contribuir en la prosperidad de la región y en la estabilidad de la economía mundial”, en definitiva, la conquista del siglo XXI.

Sin duda, estamos asistiendo a un estrechamiento de las relaciones diplomáticas entre ambas potencias que puede traer grandes beneficios para estos dos países, siempre y cuando consigan aceptar su pasado común. Pero el pacifismo con el que quieren cooperar dos países que aspiran a ser líderes y que comparten una historia tumultuosa pertenece a un futuro no muy lejano que aún está por ver.

Elena Herrera Merino. Alumna del Máster en Relaciones Internacionales del Instituto Universitario de Estudios Europeos.

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