En Justicia e Interior

– Olivia Scotti  – 

Durante el COP24, el presidente del país que tendría que estar liderando la lucha contra el cambio climático rechazó un impuesto eco después de cuatro semanas consecutivas de protestas. De ironía tiene mucho. De peligro para el futuro del planeta, todavía más.

Al principio de noviembre, Emmanuel Macron anunció la subida de los precios del diésel y la gasolina mediante unos impuestos con fines medioambientales, intentando enseñarle al mundo que sigue “llevando la antorcha” del movimiento verde1. Sin embargo, su propuesta suscitó resistencia extrema: los gilets jaunes no tardaron en inundar las calles, protestando contra la pérdida de calidad de vida que estos impuestos conllevarían2.

Macron mantuvo su postura hasta que acordó aplazar el impuesto para apaciguar a los manifestantes. Viendo que no iba a ser suficiente, lo eliminó del presupuesto de 20193. Pero no antes de que las protestas se contagiaran. En Bruselas también hubo protestas contra los impuestos sobre el combustible4.

Sin duda, era necesario que Macron tomara medidas para poner fin a los actos de violencia que habían provocado las protestas. Pero, ¿fueron necesarias unas medidas tan drásticas? Su miedo a las consecuencias políticas superó al miedo a las implicaciones de perder una propuesta pro-medioambiente. La consecuencia más obvia sería el progreso del cambio climático (a falta de no tomar acciones proteccionistas). Otra es la posibilidad de que estas protestas (y la violencia que han conllevado) se extiendan a otros países, lo cual supondría una gran amenaza no solo para su visión de un mundo “verde” unido, sino también para la seguridad nacional. La última, y la que más miedo da, es que los anti-medioambientalistas mundiales consideren que la victoria en París avala sus sentimientos y se movilicen para bloquear cualquier propuesta eco que saquen sus gobiernos.

Sin patrocinar la violencia promovida por los chalecos amarillos, hay que reconocer que Macron lo ha hecho bastante mal. Primero, optó por la ruta fácil – castigar en lugar de premiar – lo cual nunca va a ser bien recibido. Además, las consecuencias del impuesto no se habrían repartido de forma similar, sino que la clase media-baja (sobre todo la que vive en zonas rurales) habría salido perdiendo. Como contraste, el sistema que quiere implementar Trudeau en el que el dinero generado luego vuelve a los bolsillos de la gente que más lo necesita parece que será mucho mejor recibido1. Luego, eliminar totalmente este impuesto de su presupuesto, cuando tenía otras opciones – intentar negociar, por ejemplo – ha transmitido un mensaje muy claro a todos los que consideren que su bienestar a corto plazo es más importante que la preservación del medioambiente: los manifestantes firmes (o desinhibidos) ganarán al final, por muy devoto a la causa que sea el presidente. Si los defensores del planeta nos presentamos débiles ante cualquier enfrentamiento, al final, quedará poco por defender.

Olivia Scotti. Alumna del Máster en Relaciones Internacionales del Instituto Universitario de Estudios Europeos.

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