En Mundo, Política Exterior y de Seguridad

Fidel Sendagorta

Me gustaría empezar con una serie de citas que creo que pueden ayudar a enmarcar la reflexión sobre el estado de las relaciones transatlánticas. Las más evidentes son las del presidente Trump en enero de 2017: “La OTAN se ha vuelto obsoleta” y un año después: “Estados Unidos está pagando para que Europa esté protegida y luego pierde billones en las relaciones comerciales”. El Secretario de Estado, Mike Pompeo, también en 2018: “Estados Unidos quiere ser una fuerza disruptiva sobre el orden mundial para forzar a sus competidores a aceptar nuevos acuerdos mejor alineados con los intereses americanos”. Y luego, a este lado del Atlántico, la cita muy reciente y controvertida del Presidente Macron en su entrevista con The Economist: “La OTAN está en estado de muerte cerebral”, a la que dio respuesta el Ministro de Exteriores alemán diciendo: “Sería una equivocación socavar a la OTAN, ya que ni Alemania ni Europa podrían protegerse con eficacia a sí mismos sin los Estados Unidos”.

Aquí tenemos los elementos con los que construir un análisis del estado actual de las relaciones transatlánticas. En primer lugar, hay un giro muy radical en la política norteamericana hacia Europa de los últimos 70 años en la que, tanto la OTAN como la propia Unión Europea eran pilares básicos de la relación transatlántica.

En segundo lugar, el objetivo del presidente Trump es económico y esta prioridad pasa por delante de otros elementos que tienen más que ver con la seguridad. Es decir, la utilización de la palanca de la seguridad, el hecho de que Estados Unidos está proveyendo todavía un paraguas de seguridad a sus aliados, no solamente en Europa, sino también en Asia, como es el caso de Japón y Corea del Sur, para obtener, como decía Mike Pompeo, un mejor posicionamiento a la hora de negociar ventajas económicas.

En tercer lugar, el debilitamiento de la garantía de la OTAN ha abierto un debate importante en toda Europa. Y cito a la presidenta del German Marshall Fund, Karen Donfried, que distingue tres reacciones ante estos cambios en la relación transatlántica:

La primera reacción sería la francesa, y es su visión de una autonomía estratégica para la Unión Europea (UE). Europa no debe depender eternamente de los Estados Unidos para su seguridad porque esto crea, en definitiva, una debilidad permanente y una vulnerabilidad, ya que Estados Unidos está demostrando que su compromiso con Europa no es para siempre.

La otra posición sería la alemana, que Karen Donfried llama paciencia estratégica. No hagamos cosas de las que nos podamos arrepentir, seamos pacientes. El actual ocupante de la Casa Blanca pasará, las cosas volverán más o menos a donde estaban antes, y habrá una relación entre aliados que será similar a la que había previamente.

La tercera reacción sería la representada por Polonia, que Donfried llama el abrazo estratégico, y es, en definitiva, negociar bilateralmente una presencia militar norteamericana en su territorio, incluso aunque tenga que pagar por ello.

Ya tenemos aquí las tres posiciones, y en este dilema una cuestión clave es si, efectivamente, la actual Administración es un accidente en la relación transatlántica o si representa algo más permanente. Si fuera un accidente tendría razón entonces Alemania en confiar que las cosas puedan volver a la normalidad. Si fuera una tendencia más a largo plazo, estaríamos ante un escenario más parecido a la visión francesa de la autonomía estratégica, pero incluso en este último caso, habría países como Polonia qué preferirían siempre una relación con Estados Unidos que la garantía de seguridad que le pudiera proporcionar una Europa liderada por Francia.

Mientras se desarrolla este debate sobre la seguridad, en paralelo se van produciendo una serie de hitos en la relación comercial entre Estados Unidos y Europa que apuntan todos en la misma dirección. Es decir, los países europeos, no por ser aliados tienen un tratamiento privilegiado cuando la administración norteamericana aplica aranceles, por ejemplo, al acero y al aluminio y no hay exenciones para los productos europeos.

Cuando recientemente Estados Unidos gana en la Organización Mundial del Comercio (OMC) una demanda por los subsidios estatales a Airbus, Estados Unidos impone aranceles por valor de 6.800 millones de euros a varios países europeos, entre otros a España. Estados Unidos acaba de imponer a Francia unos aranceles específicos como represalia por la aplicación por parte de Paris de la tasa digital a las empresas tecnológicas. Y en el aire flota la cuestión de si al final Estados Unidos va a aplicar aranceles también al sector del automóvil, que afectarían de una manera desproporcionadamente alta a Alemania.

En definitiva, la cuestión comercial ligada con la seguridad, la cuestión de si realmente la estrategia americana está destinada a utilizar la dependencia de seguridad europea también en el plano económico para reequilibrar una relación que Estados Unidos juzga injusta y, en definitiva, compensar el menor esfuerzo que hace Europa en defensa. El 2% del PIB en los presupuestos de defensa que marcó como objetivo la OTAN para el 2024, solo lo cumplían en 2014, tres países -ahora creo que estamos en nueve- de los veintinueve países de la OTAN.

Es decir, ha habido un aumento, pero todavía estamos muy lejos de alcanzar ese 2% para todos. Entonces, la argumentación en Washington es que, si los europeos quieren ahorrar en defensa y nosotros tenemos que suplir ese déficit con un mayor gasto en seguridad, pues que paguen en el terreno comercial. Esta es una lógica que nos gustará o no, pero está muy asentada en el Washington actual.

Igualmente, me gustaría analizar con más detalle si realmente estamos ante fenómenos de corto o largo plazo porque eso tendría que hacer variar mucho nuestra reacción ante ellos, y en este dilema de si estamos ante un accidente en la relación transatlántica o no, yo veo los siguientes factores:

En primer lugar, en el electorado americano hay un aislacionismo creciente, es decir, la opinión pública americana empieza a resentir ya el esfuerzo de muchos años de haber sido el gendarme del mundo, de haber participado en lo que los americanos llaman ahora las never-ending wars, esas guerras como la de Afganistán que lleva ya casi 20 años, la guerra de Irak que, bajo varias formas, también se ha prolongado durante muchísimos años, guerras de resultado frustrante para los americanos, a los que les gustaría, como primera potencia militar del mundo, pensar que son capaces de ganar guerras, y no de encontrarse metidos en un pantano del que no pueden salir porque pondrían en riesgo la seguridad del país por el que están peleando pero que, sin embargo, no registra avances en cuanto a alcanzar los resultados buscados.

Este repliegue de la opinión pública americana está ahí, y de hecho creo que forma parte de esos factores que llevaron a Donald Trump a la presidencia. Muchos electores que están cansados de esta intervención americana en el mundo tan prolongada, unida al resentimiento contra países ricos, como pueden ser los países europeos, pero también otros en Asia, que consideran que estamos siendo free riders de seguridad, y no estamos pagando lo que nos corresponde.

En segundo lugar, el hecho de que Estados Unidos haya alcanzado la autosuficiencia energética gracias a su política de extraer hidrocarburos por vías no convencionales (fracking), hace que Washington esté dando un paso atrás en Oriente Medio. Tiene sus alianzas muy fuertes con Israel y con Arabia Saudí, pero, como hemos visto recientemente en Siria, no ya con la presidencia Trump, sino incluso desde la presidencia de Obama, Estados Unidos no quiere enredarse en nuevos conflictos que sabe que son de muy difícil resolución. Si uno de los motivos fundamentales para que estuviera presente militarmente en la región era la seguridad energética, asegurarse sus suministros, Washington cada vez más va a pensar en esta zona como una región en la que tiene que tener una huella mucho más ligera y no un compromiso como el que tenía anteriormente.

¿Esto cómo nos afecta a Europa? El propio Macron lo dice en su entrevista en The Economist. Cuando Macron aborda con Trump el conflicto de Siria, por ejemplo, éste le decía: eso es vuestro vecindario, es decir, vosotros sabréis lo que hacéis con vuestro vecindario, pero no es mi problema. Entonces, si Oriente Medio ya no es el problema de Estados Unidos, pues cada vez más, de alguna manera, va a ser el problema de Europa ya que, efectivamente, son nuestros vecinos directos en el sur.

El último factor, que he dejado para el final, pero que creo que es el más importante para confirmar que estamos realmente ante un fenómeno de largo aliento  y no ante acontecimientos pasajeros vinculados con un presidente específico, es la rivalidad con China. Ivan Krastev tiene esta frase muy conseguida: “China se ha convertido en el principio organizador de la política exterior de Estados Unidos”. Y es cierto, es decir, cuando Estados Unidos hace cosas un tanto desconcertantes como la oferta de Trump de comprar Groenlandia, está pensando en China, está pensando en que, si no lo hace él, el día de mañana nos encontraremos con que China ha ido adquiriendo Groenlandia casi por parcelas y, por tanto, situándose ante unos de los escenarios geoestratégicos más importantes del futuro, como es el Ártico.

Y cuando el presidente Trump presiona al G7 para que Rusia sea invitada de nuevo a participar en sus cumbres, está pensando también en China porque los estrategas americanos no están satisfechos con que la relación de Rusia con China sea cada vez más estrecha y se esté creando una alianza de hecho en la que cada cual aporta no poco para modificar a su favor el equilibrio de poder, por lo menos en el continente euroasiático,  entre estas potencias y Occidente. China se ha convertido, por tanto, en el principio organizador de la política exterior americana y va a transformar la relación transatlántica en direcciones que no habíamos ni siquiera concebido hace unos pocos años, y yo casi diría hace unos pocos meses.

Continúa aquí.

Fidel Sendagorta. Consejero para asuntos estratégicos y sanciones internacionales. Dirección General de Política Exterior y de Seguridad. Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación.

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