En Mundo, Política Exterior y de Seguridad

– Fidel Sendagorta 

La relevancia de China en la política exterior americana se va a materializar en la prioridad que se da a la competición tecnológica vinculada con la seguridad. Es decir, la revolución tecnológica tiene un impacto enorme sobre la defensa, estamos hablando de redes críticas militares y civiles  que están conectadas a Internet y que, por lo tanto, son vulnerables a ciberataques. En inteligencia artificial cabe recordar el ejemplo de los drones que están dirigidos por aplicaciones de inteligencia artificial y que, de alguna manera, aceleran enormemente la toma de decisiones, que en un momento dado casi se van a tomar sin intervención humana o con muy poco margen para la intervención humana;  la informática cuántica que puede poner en cuestión todos los procedimientos de encriptación, etc.

Es decir, todas las nuevas tendencias tecnológicas tienen un doble uso militar muy evidente y, en un momento dado, el Pentágono se ha preocupado enormemente al ver que gran parte de las tecnologías militares que usa Estados Unidos pasaban por cadenas de valor en las que componentes de un determinado producto se producían en China. Entonces, hay un designio de redesplegar esas cadenas de valor para que no pasen por China, que en la medida de lo posible regresen a Estados Unidos, pero si no, que pasen por países que se consideren seguros, ya sean países asiáticos como pueden ser Vietnam o Tailandia, pero también países como México o Brasil, que tienen acuerdos de libre comercio con Estados Unidos, pero que al mismo tienen una relación de confianza política.

Este deseo de Estados Unidos de preservarse frente a la vulnerabilidad que supone una interdependencia cada vez mayor en todo el campo tecnológico, de alguna manera está impulsando una segregación de la economía internacional en dos campos: el campo dominado por la tecnología china y el campo dominado por las tecnologías no chinas, y digo no chinas porque ahí entran las japonesas, las europeas, las americanas, las surcoreanas, etc. Y eso lo estamos viendo en el campo del 5G, de la nueva generación de redes de telecomunicaciones.

Estados Unidos se ha dado cuenta que si China, a través de su empresa Huawei, acaba controlando las redes de telecomunicaciones en los países más desarrollados, pero también en algunos de los que no lo son, realmente podría adquirir una ventaja muy sustancial respecto a Estados Unidos, puesto que de las redes 5G van a colgar todas las aplicaciones de los vehículos autónomos, de las smart cities, de las smart factories, del internet de las cosas, etc. Es decir, al final las infraestructuras de soporte de todas estas tecnologías del futuro van a ser las redes 5G, y ahí China parte con una ventaja que está jugando sin arredrarse ante el pulso que le está echando Estados Unidos.

No obstante, Europa tiene una visión distinta en la cuestión del 5G, en la tecnológica y en la de esta segregación. En 5G, la visión europea ha sido de tratar de equilibrar las consideraciones de seguridad con las consideraciones económicas, es decir, que nuestros operadores de telecomunicaciones sean competitivos a escala mundial. Entonces, en lugar de eliminar a las empresas chinas de este sector, se trataría de mitigar el riesgo.

Y ahí han estado hasta hace poco el Reino Unido, que había llegado a la solución de aceptar a Huawei no en el núcleo de las redes, sino en la periferia del sistema, que es menos sensible desde el punto de vista de la información y del control sobre esas redes. Alemania estaría también en esa posición. Francia está en una posición ya más cerca de sostener que la seguridad tiene que pasar por encima de todo, y ,de hecho, eso está en la entrevista de The Economist a Emmanuel Macron, presidente francés, donde dice que no podemos subcontratar la seguridad de nuestras redes, unas redes tan sensibles, unas redes críticas, a los operadores de telecomunicaciones, sino que el Estado tiene que hacerse responsable de esta cuestión.

En el Reino Unido creo que va a haber un cambio. Boris Johnson es muy cercano al presidente Trump en muchos asuntos, y pienso que también en este. Y Alemania es el país que puede hacer pivotar al resto de la Unión Europea. En estos momentos el Gobierno se inclina por soluciones de equilibrio, como decía antes, pero en el Parlamento alemán, hay una coalición emergente de cristianodemócratas y socialdemócratas para tratar de pasar una ley en las próximas  semanas en la que las cuestiones de seguridad serán primordiales y  eso abriría una vía para excluir a empresas chinas, aunque ello implique represalias por parte de Pekín, que ya están insinuando, por ejemplo en el sector del automóvil, que tanto éxito tiene en ese mercado.

China está transformando la política exterior norteamericana y, al hacerlo, está transformando las relaciones transatlánticas. Creo que esta cuestión tecnológica sería uno de los campos en los que es más evidente. Y la otra, es que la prioridad de Estados Unidos está ahora en lo que ellos llaman el Indo-Pacífico, en Asia y en el Pacífico y, por lo tanto, es una prioridad ya alejada de Europa geográficamente hablando.

Europa se encuentra así ante el dilema de que, a pesar de sus avances en materia de defensa común, está todavía muy lejos el día en el que pueda alcanzar esa autonomía estratégica que promueve, entre otros, el presidente Macron, y, por lo tanto, va a seguir dependiendo de Estados Unidos. Pero Washington a su vez va poco a poco desentendiéndose de Europa desde el punto de vista de la seguridad porque tiene una prioridad clarísima en el desafío de China y, por lo tanto, de la región en la que a China le gustaría volver a ser potencia hegemónica, como lo ha sido tantas veces en el pasado, y Estados Unidos quiere impedirlo a toda costa.

¿Qué podemos hacer? ¿Qué puede hacer Europa para darle un sentido de futuro a las relaciones transatlánticas y evitar que empiecen realmente a ponerse en peligro por falta de confianza entre ambas partes, que empiecen a reblandecerse los vínculos que se han ido fortaleciendo durante muchas décadas, y que nos encontremos con un problema serio de seguridad en los próximos años?

En primer lugar, y esto es evidente, Europa debe hacer más por su propia defensa. Ha habido avances positivos, y señalaba algunos, es decir, se ha pasado de tres a nueve países que ya están cumpliendo por anticipado el compromiso de Gales porque hay de plazo hasta 2024. Desde el 2016, los países europeos y Canadá han gastado 100.000 millones de dólares más en defensa, y esto lo ha citado recientemente el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, en la reciente cumbre en Londres. Europa ha empezado a desarrollar capacidades de defensa para operaciones fuera de su área a través de PESCO y ha puesto en marcha el Fondo Europeo de Defensa con 500 millones de euros al año para financiar investigación y desarrollo.

En definitiva, se han dado pasos en la buena dirección, pero esta visión de la autonomía estratégica, de que Europa sea autónoma en cuestión de defensa, es una previsión muy a largo plazo. Además, estamos ante una Unión Europea en horas bajas, falta a veces de confianza en sí misma para avanzar en terrenos difíciles y la defensa es el campo más difícil de todos para compartir soberanía puesto que es el núcleo duro de la soberanía nacional. Por lo tanto, en un momento en el que cuesta compartir soberanía en otras áreas, no cabe pensar que vamos a avanzar muy rápido en ésta, cuando hay una configuración política en la mayor parte de nuestros países con fuerzas muy nacionalistas que se resisten a una mayor integración europea. La Unión Europea tiene que volver a encontrar razones para ganar aquellos electores a los que ha perdido, si no por completo, sí en cierta medida en los últimos años.

En todo caso, Europa debe mirar más a Asia. Para mí, la revolución tecnológica y la prioridad de Asia es uno y lo mismo. ¿Por qué? China ha estado por primera vez en la agenda en una cumbre de la OTAN, como ha sido la última en Londres, y se ha citado en sus conclusiones en términos todavía bastante generales. Pero lo cierto es que para Europa es difícil que interioricemos que China sea una amenaza militar, puesto que está geográficamente muy alejada. Europa no es un actor militar en Asia o lo es en muy pequeña medida y, por lo tanto, tenemos que cambiar el enfoque de cuál es el desafío de seguridad que plantea China. No es un desafío militar propiamente dicho para Europa, a lo mejor sí para Japón o Australia. Pero sí lo es en el plano de la seguridad vinculada con la tecnología, y creo que hay un ejemplo muy claro.

La ciberseguridad, por su naturaleza, no es una amenaza territorial y sin embargo, todos los escenarios de posibles conflictos de futuro tienen ya una primera fase que va a ser de ciberguerra antes de pasar a la etapa armada. Por lo tanto, si no es una cuestión territorial y es una cuestión que cada vez tiene más importancia como desafío no solo ya militar sino también civil porque la mayor parte de los ciberataques contra nuestras empresas provienen de China y no de Rusia, que tiene otro tipo de intervenciones, pero no necesariamente empresariales.

Está claro que ahí hay un área en el que tenemos mucho que hacer, no solamente a nivel europeo, sino también con otros países afines en Asia y Pacífico que tienen exactamente el mismo problema que nosotros, llámese Australia, Corea del Sur, Japón, y el día de mañana quizás también la India, que es un país remiso a las alianzas -todavía tiene su pasado de potencia no alineada-, pero cada vez más cercana políticamente a aquellos países que quieren hacer de contrapeso a China.

En segundo lugar, habría que lograr un modus vivendi con Rusia y esta es una de las cuestiones que plantea Macron en su entrevista, quizás de las más controvertidas, porque indudablemente es una propuesta mal recibida por algunos gobiernos de la UE. Sin embargo, ¿cuál es la lógica de Macron? La lógica de Macron es decir: Rusia no tiene muchas opciones estratégicas, tiene la opción de ser de nuevo una superpotencia, pero ya no tiene ni la economía ni la demografía para ello. Tiene la opción de estrechar su alianza con China, pero siempre va a ser el socio menor de China y, por tanto, corre el riesgo de que acabe convertida en vasallo de China, y eso tampoco puede ser atractivo para el liderazgo ruso. La tercera opción que tiene es encontrar un modus vivendi con Europa, que nunca va a ser perfecto, pero en el que se podrían resolver algunas cuestiones pendientes -la más clara, la de Ucrania-, y encontrar también un terreno común para cooperar.

El propio Macron no se llama a engaño, y dice: no soy ingenuo, esto va a ser muy difícil, yo creo que es un proceso a diez años vista, pero si no empezamos ahora dentro de diez años estaremos en el mismo lugar. Y, de alguna manera, lograr ese modus vivendi con Rusia, si se hace desde la fortaleza y no desde la debilidad, mejoraría la seguridad europea, permitiría a Estados Unidos también dedicar más recursos a su gran desafío para las próximas generaciones, que es el desafío de una gran potencia como China, y también, sin pretender que sea el equivalente de la carta china que jugó en su día Nixon separando a China de la Unión Soviética, sí permitiría que Rusia pudiera ser menos dependiente de China. En algunos asuntos estarían más cercanos a Europa y a Occidente en general, y en otros más a China. Creo que Rusia, incluso por razones ideológicas, nunca va a estar asociada con el mundo transatlántico, pero quizás puede tener un papel un poco más neutral y menos hostil.

Estas serían las líneas estratégicas que se están debatiendo para darle una nueva razón de ser a la relación transatlántica basada en las condiciones actuales, y no quedarnos anclados en la nostalgia de las relaciones transatlánticas del pasado, que ya no volverán porque el mundo ha cambiado y Europa y Estados Unidos también han cambiado y hay nuevos desafíos de seguridad como China, que no existían hace solamente unos pocos años.

 

Fidel Sendagorta. Consejero para asuntos estratégicos y sanciones internacionales. Dirección General de Política Exterior y de Seguridad. Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación.

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