En Ciudadanía, Educación, Cultura, Mundo, Otra Políticas de la UE, Principios y Valores

Rafael Martín Rodríguez

La Unión Europea se encuentra hoy en un escenario radicalmente diferente al de hace apenas unos años. La creciente hostilidad de los Estados Unidos hacia los intereses europeos,  junto a la actividad desbordante y multilateral de China, han atrapado a Europa, con el riesgo de romperla, en un frente cada vez más solitario en defensa del principio del poder normativo, o sea, de un orden internacional basado en normas. La sensación de aislamiento se acrecienta ante la alianza entre China y Rusia y el proteccionismo americano.

Esto recuerda aquello que dijera Kissinger de que EE.UU y China eran dos países que solo podían hablar de un mundo multipolar en caso de crisis o de decadencia, pues por su historia y por sus características, están destinados a intentar siempre el dominio pleno, mientras que la vieja Europa, dividida en múltiples y pequeños estados, solo puede aferrarse a la multipolaridad para sobrevivir.

China se diferencia en múltiples aspectos de Europa, y uno de estos es su sistema político y el grado de fidelidad que este crea en sus empresas, aunque sean privadas. Su sistema de partido – estado y la herencia pragmática recibida de la era de Deng Xiaoping, le hacen relacionar cualquier actividad internacional u económica, sea esta pública o privada, bajo la consigna de crear un beneficio directo para el Estado, lo que se traduce en que las acciones de cualquier empresa privada china responderán siempre a los principios y las comandas recibidas por su Gobierno. En China, por lo tanto, no existe acción importante de una empresa privada que no cuente con el beneplácito del Gobierno, formando muchas veces parte de un plan diseñado por este.

Es necesario que los europeos conozcamos este punto, como también es necesario que sepamos interpretarlo en su dimensión real de cara a las conversaciones con las empresas chinas que operan en territorio europeo. Europa cometería un error al señalar a China como enemiga, como lo haría si hiciera lo mismo con los EE.UU, pero tampoco debe caer en la ingenuidad que aún nos caracteriza con los nuevos poderes globales. Por ello, es necesario saber entendernos poniendo coto a algunas de sus ambiciones. No se trataría de una política agresiva, sino práctica; la misma que desarrolla el Gobierno chino con los intereses europeos dentro de su territorio. Recordemos que una de las quejas continuas de Europa es que las empresas europeas no dejan de encontrarse con continuos problemas para llevar a cabo sus proyectos en territorio chino, siendo la situación muy distinta a la inversa. Por supuesto, no es imposible invertir en China, y, de hecho, muchas empresas europeas operan en China consiguiendo grandes beneficios. Tenemos este ejemplo en España, donde empresas como Técnicas Reunidas, Alsa, Inditex o el grupo Mondragón, llevan años operando, aumentando cada vez más el número de empresas españolas interesadas en el país. Lo que se pide desde Europa a China es simplemente, reciprocidad.

Como me dijo en cierta ocasión el profesor y economista chino, Luo Dongyuan, experto en Economía Europea, los europeos hemos vivido demasiado bien en las ultimas décadas, y si antes China hubo de despertar, ahora le toca el turno a Europa.

Sobre las acciones de China en territorio europeo, los recientes estudios del Real Instituto El Cano demuestran que no existen excesivas diferencias entre los países europeos en cuanto a las tendencias entre EE.UU y China. El principal socio militar y comercial sigue siendo EE.UU, pero al mismo tiempo, China tiene cada vez una mayor importancia en el viejo continente. El caso de Portugal es significativo, pues tras la venta de su compañía eléctrica a una empresa china, además del puerto de Sines y otras muchas inversiones, la influencia china en Portugal ya es más evidente que la estadounidense. Las recientes adquisiciones chinas del puerto del Pireo en Grecia y el control del puerto de Valencia, han hecho aumentar la influencia china en todo el Mediterráneo.

El programa de la franja y la ruta y su importante programa de inversiones ha tenido el efecto de dividir aún más a Europa. No son pocos los países que ya han formalizado convenios con China para participar en este programa de ayudas, entre ellos Italia, en contra del parecer de otros países de la Unión. Al mismo tiempo, todos los países de Europa tienen intereses en China y no se ha vetado a la compañía Huawei como pretendía Estados Unidos. La idea, por lo tanto, es aprovechar la coyuntura para hacer negocios con China, la diferencia estriba entre quienes optan por aceptar también su plan de infraestructuras y ayudas, y quienes desean una mayor transparencia en los acuerdos. China, por su parte, promueve la idea de que la nueva ruta comercial beneficia a todos y que en ningún caso busca la desunión europea o su endeudamiento. Debemos recordar que en los tiempos en que China se abría al mundo de la mano de Deng Xiaoping, el argumento de la necesidad de una Europa unida y fuerte era un referente en la política exterior china, pero que dicho argumento se esgrimía como necesario freno ante el mundo bipolar protagonizado por EE.UU y la URSS; la duda, en este sentido, es si China sigue o no pensando lo mismo ahora que ella misma es uno de los dos grandes poderes globales.

El temor evidente es que China aproveche su posicionamiento para imponer en el futuro sus sistemas de gobernanza. China, hay que decirlo, no provoca cambios políticos, pero se ha acostumbrado desde hace años a observar con detenimiento a cada país, siempre a la espera de la ocasión que le permita participar en su economía, y no deberíamos caer en la ingenuidad de pensar que esto nunca provocaría en el futuro injerencias políticas, si esta cuestión no se pone sobre la mesa como una línea roja. En este sentido, la presencia de EE.UU aún parece ir más acorde con el sentir europeo, pero la propia actitud del actual Gobierno americano no está facilitando la elección.

Una posible vía de entendimiento entre China y Europa podría ser la colaboración conjunta en terceros escenarios. En parte esta situación está empezando a darse con España gracias a la posición española en América Latina, con uniones estratégicas de empresas españolas y chinas a cambio de mayores negocios en China. Este es el ejemplo de Teléfonica y China Unicom, o de bancos como el BBVA, que financia desde Shanghái inversiones chinas en Latinoamérica. China, como actor global que ya es, debe recibir una respuesta de Europa también global no solo para Europa, sino también para otros escenarios.

Pero nada de esto podrá llevarse a cabo si Europa no tiene una sola voz y soluciona sus diferencias para, a través de una mayor integración, asimilar los intereses de todos sus miembros y discutir en conjunto y con la fortaleza de la Unión, tanto para China como para Europa, unas condiciones que garanticen beneficios y libertades. No podemos pedir a China que piense en ese sentido por nosotros, sino que debe ser Europa la que realice esta tarea, y con la mayor rapidez posible. Europa debe hacer que pasos como el debilitamiento de la ley de competencia vaya acompañado de una política paneuropea que no deje fuera de juego a nadie en la Unión.

Tal vez esto pueda resultar utópico, pero utópico era también pensar hace algunas pocas décadas en la posibilidad de la Unión Europea.  Europa debe, al tiempo que potencia su identidad, pensar que la intervención política en asuntos de economía europea y el trabajo general en beneficio de la Unión, son las únicas maneras de que nuestras empresas puedan presentarse ante China en igualdad de condiciones. La praxis debe sustituir a otras consideraciones éticas si no queremos dejar de jugar la partida, y cuando el jugador deja de jugar, se convierte en el terreno de juego.

Escapando ahora de las cuestiones económicas, quisiera llamar la atención sobre otro fenómeno que empieza a desarrollarse y al que Europa debe estar atenta, esto es, la próxima apertura de universidades chinas en países de la Unión Europea, y la última propuesta del Gobierno chino de crear una red de escuelas y colegios chinos en Europa.

En China existen también centros educativos internacionales y universidades de capital extranjero, que como es lógico, se supeditan a las leyes y usos mandados por el Gobierno chino. El mismo espíritu debe guiar la acción de las autoridades europeas cuando se discuta la apertura de instituciones educativas chinas en suelo europeo; debe ser una respuesta común y pendiente de salvaguardar nuestro sistema de valores y de libertades, así como hacen las propias instituciones chinas con las universidades y centros educativos extranjeros en su país. Por supuesto, esto debería realizarse no solo con China, sino con cualquier país no incluido en la Unión.  Este tipo de políticas no deben ser tachadas de agresivas, sino que son la derivación práctica del principio defendido también por China de no injerencia en los asuntos políticos internos de cada país.

El Gobierno chino se debate entre la necesaria apertura si quiere realmente liderar el mundo y el parcial cerramiento que garantice la posición hegemónica de su sistema político. El nuevo proteccionismo americano ha sido en este sentido una bombona de oxígeno para el Gobierno chino, pues hace a muchos países lanzarse al entendimiento con China. Europa no puede ni debe forzar cambios en China, pero sí debería exigir un trato equivalente y recíproco, haciendo valer, como la misma China hace, su valor de mercado para los intereses chinos. Un mercado, casi no es necesario decirlo, mucho más abultado si se presenta unido y no separado.

Europa se enfrenta a un nuevo escenario en el que la rivalidad entre Estado Unidos y China será larga en el tiempo. Europa debe comportarse unida ante este hecho y hacer valer sus intereses tanto económicos como sociales y políticos. Es el momento más adecuado para ello, puesto que la nueva Guerra Fría que estamos viviendo aún no tiene los límites marcados, y en este posicionamiento de fuerzas Europa debe contar como protagonista activo. China puede, y debe, ser un socio importante en la estrategia europea, pero debemos diseñar el marco de colaboración con ellos y hacer que beneficie a ambas partes, desarrollando con China un diálogo pleno y constructivo.

La multipolaridad que necesita Europa para sobrevivir a los nuevos ciclos se podrá conseguir, pues en un principio China no se opone a esta, pero Europa deberá hacer su parte de la tarea y con la unión de todos hablar en la mesa de negociaciones con voz clara y dialogante. En nuestra mano está el ser participantes en el juego y encontrar los puntos de conexión con China que establezcan la base de un futuro próspero para ambas partes.

Rafael Martín Rodríguez. Profesor titular de la Universidad de Fudan (Shangái).

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