En Justicia e Interior

– Sofia Castillo – 

El Occidente está viviendo actualmente una ola de incertidumbre y de cambios radicales. La salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) junto con la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos, han promovido que el populismo y el extremismo se manifiesten significativamente. Los partidos populistas se han fortalecido de manera preocupante en los últimos años. En este sentido, el avance agresivo de estos partidos se ha convertido en uno de los desafíos más destructivos para las democracias del Occidente, y sobre todo para la integración de la UE. Partidos como el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, el Partido por la Libertad de Geert Wilders en Holanda, el Partido Demócrata Europeo Catalán de Carles Puigdemont en España, el Partido de la Libertad de Heinz Strache en Austria, y Alternativa para Alemania (AfD) de Jorg Meuthen, son ejemplos contundentes del crecimiento populista en la región. A pesar de la derrota electoral en sus elecciones nacionales, la amenaza del populismo a la integración europea y a los valores democráticos sigue presente de manera explícita.

El populismo no se presenta como una ideología en sí misma, sino como una herramienta utilizada, tanto por la extrema izquierda, como por la extrema derecha con el fin de manipular a las masas. Su aplicación difiere en los principios de exclusión que una determinada tendencia establece. Estas distinciones pueden implicar a las personas en cuanto a sus dimensiones económicas, religiosas, morales o étnicas. Por ello, el populismo enfrenta a las élites en contra de la clase media y baja, enfrenta la religiosidad contra la blasfemia, a los heterosexuales contra los homosexuales. Sin embargo, durante las ultimas décadas, la división más importante ha tenido lugar en cuanto al origen étnico.

Uno de los partidos populistas que destaca por su rápido ascenso en popularidad es el AfD en Alemania, que servirá para analizar las consecuencias y amenazas que esté impone a la misión de integración de la UE.

Al igual que otros movimientos populistas como el UKIP en el Reino Unido o el Frente Nacional en Francia, el AfD ha construido su manifiesto político sobre una plataforma nacionalista. Aun cuando sus orígenes se remontan al plano económico, se ha observado una tendencia hacia una postura anti-inmigración, lo que se refleja en un debate social y cultural más amplio en Alemania.

La Alternativa para Alemania (AfD) fue fundada en 2013 por un grupo de economistas, académicos y ex miembros del propio partido Demócrata Cristiano de Merkel como un partido anti-euro. Se consideró una especie de partido de protesta con una plataforma euroescéptica, pero sin una particular construcción ideológica al nativismo. Los fundadores de la AfD han defendido que Alemania se retire de la moneda común como consecuencia de la crisis económica griega. Su política anti-euro se hizo eco del euroescepticismo de otros partidos populistas en Europa, sosteniendo que más poderes deben regresar a los Estados-nación, oponiéndose a todos los movimientos “centralizadores” en la UE, y a cualquier cosa que huela a Euro-federalismo. Sin embargo, desde entonces ha transformado sus motivos políticos y se ha desplazado hacia la extrema derecha, radicalizando su visión anti-inmigración.

El AfD se convirtió en el primer partido nacionalista de extrema derecha en entrar al Bundestag (parlamento alemán) desde la Segunda Guerra Mundial. El grupo logró el 12,6% de los votos, lo que se traduce en más de 90 escaños en el parlamento, estableciéndose como el tercer partido más grande en el legislativo. El AfD ha capitalizado el rechazo de la población, en torno a la decisión de Angela Merkel, de admitir 1,3 millones de refugiados en los últimos dos años. La apertura de las fronteras a los extranjeros, muchos de ellos musulmanes, ha provocado el miedo y la ira de algunos alemanes.

El AfD se ha aprovechado de la oposición al multiculturalismo y ha hecho una cruzada sobre una plataforma de extrema anti-inmigración y anti-Islamismo. Como ejemplo de esto, quiere prohibir el burka, cerrar las fronteras de Alemania y ha reforzado la idea de que la nación debe establecer una nueva fuerza de policía de fronteras. El año pasado, la ex líder del partido, Frauke Petry, recomendó a los agentes fronterizos que dispararan a los refugiados si intentaban entrar ilegalmente al país. Petry es conocida por dar entrevistas con un tono marcadamente anti-inmigrantes. Este año, en una entrevista que concedió a Newsweek, expresó que es una mentira del gobierno que estos inmigrantes se hayan integrado a la sociedad alemana. En la misma entrevista responsabilizó falsamente a los refugiados del aumento en la actividad criminal, y comento que ella apoyaba una relación más estrecha entre Alemania y Rusia, al tiempo de argumentar que era hora de que las tropas estadounidenses abandonaran Alemania.

En respuesta a las declaraciones de Petry, el jefe del Consejo Central de Musulmanes, Aiman Mazyek, dijo al New Yorker, “El AfD utiliza la crisis de refugiados para fomentar una propaganda del miedo en las mentes de sus seguidores. Los insultos y la islamofobia diaria han llevado a la profanación de lugares de culto y al acoso en las calles”. Esta reacción violenta a la inmigración y al Islam sigue siendo el combustible no sólo para el AfD, sino para la mayoría de los partidos populistas en la región. En toda Europa, los países que tradicionalmente se han definido a sí mismos como monoétnicos y monoculturales han experimentado una inmigración masiva, y ahora sienten amenazado su sentimiento nacional. Esto es, sin duda alguna, una preocupación que crece en el seno de la UE.

Los populistas extremistas, como el AfD, rechazan todo lo que representa la UE. Los principios fundamentales son la soberanía compartida, la autoridad supranacional, los compromisos entre intereses diferentes, y la tolerancia mutua. Este antagonismo entre el populismo radical y los principios y prioridades de la UE podría obstaculizar parcialmente su funcionamiento. La transformación acelerada de partidos populistas hacia convenciones extremas hace más difícil la gobernabilidad de la UE, debido a que su sistema político depende de la cooperación transnacional y de un nivel mínimo de estabilidad política. La UE trabaja en torno a las negociaciones que llevan a una convergencia de puntos de vista y, necesariamente, depende de la confianza entre sus miembros. La postura euro-populista que rechaza abiertamente el proyecto euro-pluralista podría bloquear la formación de consenso, que es el método de trabajo básico de la UE, de ahí que un costo perjudicial para el sistema estaría determinado por la proliferación de socios distantes que no comparten los mismos objetivos y valores.

Otra amenaza planteada por el populismo está dirigida hacia el papel de la UE y lo que representa. A los ojos de los populistas anti-austeridad, Bruselas es el enemigo que impone políticas fiscales que agotan el bienestar de los Estados. Del mismo modo, para los populistas antiglobalización, la UE es uno de los mayores defensores del libre comercio y de pactos multinacionales. Para la extrema derecha populistas, la UE protege y simpatiza con los derechos de las minorías sexuales y religiosas que tienen valores opuestos a los conservadores. Los populistas xenófobos se oponen, tanto a los objetivos, como a los métodos de trabajo de la UE. Ellos afirman que la interdependencia es peligrosa y que la soberanía nacional debe ser absoluta, apoyando al gobierno de la mayoría y rechazando el pluralismo. Esta visión del mundo contradice directamente el objetivo de la UE para la construcción de proyectos comunes que aumentan la interdependencia entre los países, así como sus leyes y normas para proteger los derechos de los ciudadanos y prevenir la discriminación.

Para combatir esta ola de populismo y proteger y fomentar los valores fundamentales de la organización, la UE debe encontrar formas de adaptarse a los nuevos métodos de hacer política, esto incluye, comprometerse con todos los partidos que evitan el racismo y apoyan el principio de integración, incluso si son críticos con las políticas y las instituciones de la UE. La Unión también tiene que tomar en serio las quejas legítimas que subyacen en apoyo a los partidos anti-sistema. Hay desventajas a la interdependencia y a la gestión de la zona euro que han derivado en un costo adicional en las sociedades europeas y que las políticas de la UE deben abordar. En asuntos tales como la evasión fiscal, la corrupción y la desigualdad, la UE tiene que demostrar que está al lado de los ciudadanos en lugar de las élites políticas y las grandes empresas. Es necesario reducir al máximo la distancia entre los líderes y las instituciones de Bruselas con los ciudadanos, de lo contrario el populismo seguirá creciendo.

Sofia Castillo. Alumna del Máster en Relaciones Internacionales del Instituto Universitario de Estudios Europeos.

 

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Comments
  • Jordi Roca Lluís
    Responder

    Me temo que incluir al Partit Demòcrata Europeu Català entre los movimientos populistas antidemocráticos, implica desconocimiento de su realidad. Debería bastar con leer cualquiera de las Leyes que ha promulgado en su última legislatura el Parlamento catalán. Si España no se obstinara en el incumpliemiento de sus compromisos internacionales en materia de Derechos Humanos (véase Pacto Derechos Civiles y Políticos por ejemplo), vería en este partido un entusiasta colaborador para solventar su serio déficit democràtico.

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