En Justicia e Interior

– Blanca Paniego Gámez – 

La reciente dimisión del primer ministro libanés, Saad Hariri, en Arabia Saudí provoca de nuevo inestabilidad política en el país. Aunque no es fácil determinar las circunstancias que la rodean, una aproximación al escenario político del Líbano de los últimos años podría dilucidar algunas cuestiones sobre la situación a la que se enfrenta a día de hoy el país.

Echando la vista atrás

El Líbano consiguió desde su independencia un difícil equilibrio entre sus comunidades étnicas principales. En el sistema político esto se refleja en la Constitución de 1926, en la cual se establece que el presidente de república debe ser un cristiano maronita, el primer ministro suní y el presidente de la asamblea de representantes chií. Se llegó a alcanzar tal clima de concordia que durante mucho tiempo se conoció al país de los cedros como «la Suiza de Oriente Medio». La inestabilidad de otros países de la zona hacía que afluyeran capitales extranjeros y eso contribuía a mejorar su papel de centro financiero internacional. Por otro lado, no faltaban tensiones, como las provocadas por la presencia de muchos refugiados palestinos procedentes del vecino del sur: Israel.

La armonía se terminó rompiendo con la guerra civil que asoló el país desde mediados de la década de los 70 hasta 1990.  Ninguna de las partes en conflicto, que en gran medida se dividían por agrupación étnico-política, consiguió imponerse por la fuerza de manera definitiva y la conflagración se fue deshaciendo por agotamiento. En el transcurso de la guerra civil intervinieron tropas de la Liga Árabe -luego relevadas por militares exclusivamente sirios- que se hicieron con casi todo el territorio, salvo el extremo sur ocupado por Israel.

Entre 1990 y 2006 el país consigue que la injerencia externa por parte de Siria e Israel vaya disminuyendo. La oposición de la población, movilizada por el magnicidio de Rafik Hariri en 2005, hace que se vayan retirando las tropas extranjeras y que -poco a poco- el ejército libanés se haga cargo de la seguridad. En el sur, la retirada israelí a partir de 2000 había dejado un vacío que en algunas zonas había aprovechado Hizbulá. La guerra volvió en 2006 con una nueva invasión israelí. Tras ese episodio, las tensiones -a veces enfrentamientos armados- se frenaron con la creación de un gobierno de unidad nacional que agrupaba a las partes en conflicto. Por un lado, la Alianza del 8 de Marzo liderada por los musulmanes chiíes, Hizbulá «el Partido de Dios», financiado por Irán a través de Siria, y por otro, la Alianza del 14 de Marzo, liderada por Saad Hariri musulmán suní, apoyado por el Gobierno de Arabia Saudí.

El Gobierno, presidido por Saad Hariri, se mantuvo hasta 2011 cuando, debido a las discrepancias por el asesinato de su padre, Rafik Al Hariri, los ministros del Partido de Dios y sus aliados dimiten y el Gobierno se viene abajo. Tras un periodo de gobierno en manos de Hizbulá, Saad Hariri es nuevamente elegido en 2016. Durante todo este tiempo, las tensiones entre los principales partidos políticos no han hecho nada más que aumentar.

Refugiados sirios

Otro de los principales factores de inestabilidad al que se ha enfrentado el Líbano en los últimos años ha sido consecuencia directa de la guerra de su país vecino, Siria. Desde que comenzaron las revueltas y la posterior guerra civil en 2011, el Líbano ha recibido, según cifras de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, a más de un millón de sirios, llegando a convertirse en el país con mayor número de refugiados per cápita, lo que según declaraciones del propio Saad Hariri en marzo de 2017 ha transformado al país en un «gran campo de refugiados» y se encuentra «al borde del colapso».

Por consiguiente, las fuerzas que sacuden Siria repercuten -como ondas sísmicas- en el Líbano. Por una parte, Rusia apoya al régimen de Bashar al Asad; Irán ayuda al Gobierno sirio y a Hizbulá. Por otro lado, Arabia Saudí, apoyada por el Gobierno de Estados Unidos, se posiciona en contra de Irán puesto que las dos grandes potencias ideológicas de la zona -el poder árabe saudí y el persa de Irán- intentan dirimir sus diferencias en conflictos armados fuera de sus respectivas fronteras.

Dimisión de Saad Hariri

La reciente dimisión de Saad Hariri en Arabia Saudí, por temor a ser asesinado, aviva de nuevo las tensiones entre ambos bandos, así como la inestabilidad y confusión en el país. En los últimos días las declaraciones de ambas partes no han cesado.

El pasado 4 de noviembre, Saad Hariri aparecía en una cadena de televisión saudí para anunciar su dimisión y declaraba, como se recoge -entre otros medios- en el ABC y en la CNN, que “el clima político en Líbano se parece al que acabó desembocando en el asesinato de mi padre”. También aseguró que “se está conspirando en secreto contra mi vida”, que “Irán controla la región y la toma de decisiones tanto en Siria como en Irak” y que “lamentablemente Hizbulá lleva décadas en Líbano imponiendo por la fuerza los hechos consumados como arma supuestamente de resistencia”.

Por otro lado, Irán desmiente las declaraciones y acusa a EEUU y Arabia Saudí de la dimisión. Como se puede leer en El País, “El líder del partido-milicia chií Hizbulá, Hasan Nasralá, ha acusado a Riad de tener detenido al jefe del Gobierno”. Anteriormente, Nasralá también declaró que “está claro que la renuncia ha sido una decisión saudí impuesta sobre el primer ministro Hariri. No era su intención, no era su voluntad y no ha sido su decisión”. Ante la situación actual el grupo Hizbulá llama a la calma, mientras que Arabia Saudí pide a sus ciudadanos que abandonen el Líbano lo antes posible.

Por su parte, el secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, emitió el pasado 10 de noviembre una nota de prensa en la que declara que “EEUU insta a todas las partes involucradas tanto dentro como fuera del Líbano a respetar la integridad y la independencia del país, así como la legitimidad de las instituciones nacionales, incluyendo el Gobierno del Líbano y las fuerzas militares libanesas”. A ese respecto, “EEUU respeta al primer ministro Saad Al-Hariri como socio sólido”. Además, añade, “las únicas fuerzas legítimas de seguridad son las del Gobierno libanés” y advierte a cualquiera de las partes implicadas, ya provengan de dentro o fuera del Líbano, “que no usen el país como escenario de resolución de sus propios conflictos o que de ninguna manera contribuyan a la inestabilidad”.

En definitiva, todo parece indicar que el Líbano se encuentra de nuevo a merced de las grandes potencias con intereses en la zona y que las actuaciones y declaraciones que se sucedan en los próximos días serán claves para marcar el futuro de un país tan inestable como incierto. Como advierte el secretario general de la ONU, António Guterres, “una escalada de tensiones tendría trágicas consecuencias”.

 

Blanca Paniego Gámez. Alumna del Máster en Relaciones Internacionales del Instituto Universitario de Estudios Europeos.

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