– Adrián Bora Kükürtçü Losada –
Nos encontramos en una época convulsa en la que plantear un tópico tan controvertido como es la conjugación del islam y la democracia queda, en cierto modo, fuera de lugar si no se trata dentro del ámbito académico. El islam dentro de la opinión pública occidental se presenta como un tema tabú, algo que genera recelo y rechazo particularmente en los últimos años tras los ataques terroristas en Europa. Es por ello que plantear la posible unión de estos elementos puede parecer descabellado para el ciudadano medio europeo y americano (sobre todo con el fenómeno Trump en alza) y, sin embargo, la democratización de países pertenecientes al mundo Árabe podría tener un impacto positivo muy elevado para Occidente. Pero, ¿es esta unión posible? ¿Son compatibles estas dos nociones?
En primera instancia, la democracia parece totalmente incompatible. Dentro de las bases del islam tradicional las pautas de gobierno se han seguido mediante líneas de corte absolutista con poco margen a la democracia: la teoría política islámica estuvo basada en la obediencia al gobernante –la identificación del sistema islámico con el califato, el rechazo del sistema de partidos y la formación de una oposición propiamente dicha– y la necesidad de evitar el conflicto social (Ayubi, 1997).
Asimismo, otra de las notas distintivas y que suscita una elevada polémica en el mundo occidental es el papel que se les confiere a las mujeres dentro del mundo islámico, muy por debajo al hombre en varios ámbitos y, por ende, incompatible con un sistema democrático (íbid.). Una de las características más destacables es el sistema legal de los países islámicos en el que predominan los principios fundamentales de la vida comunitaria y donde el comportamiento moral está basado en la shari’a, o ley islámica: ni el status de los no-musulmanes o de las mujeres bajo esta legislación permite el ejercicio de derechos democráticos plenos y participación igualitaria de todos sus ciudadanos (Toprak, 2005). Sin embargo, sí existen voces alternativas, aquellos que piensan que el islam necesita ser revestido de un sistema democrático haciendo uso de conceptos recogidos en el Corán (Espósito, 2001). A pesar de ello me gustaría recuperar, a modo de ejemplo, la experiencia turca para ilustrar cómo la convivencia entre estos conceptos sí es posible.
Cierto es que Turquía realmente nunca ha sido una democracia plena y, pese a ello, ha estado cerca de formar parte de la Unión Europea y fue el principal referente para los países de la Primavera Árabe iniciada en 2010 (Balcer, 2012). El cambio más importante de la historia turca llegaría con la secularización iniciada por Atatürk y la construcción de un texto legal apartado de los preceptos religiosos, así como la relevancia de los intelectuales turcos en los años 80 que trajeron a la Turquía moderna conceptos como derechos humanos, democracia e imperio de la ley (Dagi, 2004). Desde entonces, se convirtió en un modelo de referencia para muchos países y, cuando Europa puso los ojos en el país, las reformas políticas llevadas a cabo se basaron en la instauración de nuevos derechos y libertades civiles para alcanzar una mayor cota democrática. En este sentido, ¿cómo va ser incompatible islam y democracia cuando Europa, cuna de las democracias liberales, estaba dispuesta a permitir que Turquía entrase en la Unión?
Sin embargo, es claramente visible cómo el país se está alejando actualmente de esa senda que pretendió recorrer a principios del presente siglo. Hoy en día casi podríamos calificar al país de autoritario, concepto que en palabras de Sartori (1987) implica una autoridad opresiva que aplasta la libertad y que se corresponde en gran medida con lo que está ocurriendo, especialmente tras el golpe de estado fallido en julio de 2016. Asimismo, mencionar que los resultados del referéndum celebrado en abril del presente año cambiarán el modelo político a un sistema presidencialista, otorgando a Erdogan, actual presidente, mayor poder de decisión e influencia.
Sin embargo, se pudo haber conseguido. El islam es compatible con la democracia y, aunque solo fuese durante un período corto de tiempo, el mundo observó atónito cómo tanto la sociedad civil como las élites gobernantes estaban volcadas a conseguir tal meta. Su fracaso no se encuentra en el factor religioso sino en factores políticos, la voluntad de hacer de Turquía al estilo de la Rusia de Putin. Sin embargo, aún existe esperanza en el resto de países árabes que, desde 2010, demandan la democracia en su país: lo que se ha comenzado a llamar como “la cuarta ola de democratización”, siguiendo la terminología de Huntington. El islam no es en sí el problema, sino la propia estructura de los países la que marcará su devenir. ¿Quién recogerá, por tanto, el testigo?
Adrián Bora Kükürtçü Losada. Alumno del Máster en Relaciones Internacionales del Instituto Universitario de Estudios Europeos.
- Ayubi, N. (1997) Islam and Democracy en Lewis, P., Kiloh, M., Goldblatt, D., & Potter, D. (1997). Democratization (1st ed.). Cambridge: Polity Press in association with the Open University.
- Balcer, A (2012) Turkey as a Source of Inspiration for the Arab Spring: Opportunities and Challenges. Change and Opportunities in the emerging Mediterranean. WiseEuropa.
- Dagi, I. (2004). Rethinking human rights, democracy, and the West: post‐Islamist intellectuals in Turkey. Critique: Critical Middle Eastern Studies, 13(2), 135-151. http://dx.doi.org/10.1080/1066992042000244290
- Huntington, S. (1994). La tercera ola: La democratización a finales del siglo XX (1st ed.). Barcelona: Paidós.
- Sartori, G. (1987). The theory of democracy revisited (1st ed.). Chatham, NJ: Chatham House Publ.
- Toprak, B. (2005). Islam and Democracy in Turkey. Turkish Studies, 6(2), 167-186. http://dx.doi.org/10.1080/14683840500119494