En Justicia e Interior

– Luis Bouza – 

Recientemente, el Presidente de Francia, Emmanuel Macron, afirmó que «la auténtica frontera de Europa está entre los progresistas y los nacionalistas». Mediante esta afirmación, Macron se confirma como agente politizador de la integración europea, en la medida en que aplica los ejes con los que se lee habitualmente la política nacional el escenario europeo. En plena crisis de popularidad por el aumento de la preocupación pública por la desigualdad, durante su primer año de presidencia el presidente francés busca afirmarse como auténtico progresista por su apoyo a la integración europea mientras que la preocupación por la desigualdad entre sus rivales sería incompatible con posiciones, por definición, conservadoras por nacionalistas.

En términos más generales, podríamos pensar que Macron solamente está intentando capitalizar a nivel doméstico su popularidad y éxitos internacionales, especialmente el inicio de conversaciones sobre la reforma de la eurozona. Sin embargo, hay un elemento más estructural: Macron necesita enfatizar la dimensión político – ideológica de su compromiso europeo para afianzar la línea de fractura que surgió de la última elección presidencial. El actual juego político en Francia opone a una fuerza pro-europea supermayoritaria -pero dividida internamente por oposiciones entre izquierda y derecha- al eurófobo Frente Nacional, que también tiene interés en sustituir la competición entre derecha e izquierda por una entre ganadores y perdedores de la europeización y la globalización. La frágil agrupación en torno a un programa europeísta no es la única reacción que se provoca entre las fuerzas pro-europeas. La gran coalición en Alemania es otro ejemplo de reducción de la competición entre izquierda y derecha pro-europea. En los casos de Austria, Países Bajos e Italia, las fuerzas conservadoras tradicionalmente pro-europeas han moderado dramáticamente su compromiso europeísta asumiendo como propias algunas de las críticas de sus rivales.

Parece, por lo tanto, que la politización de la integración europea es una realidad imposible de ignorar. Dicha politización plantea un gran número de interrogantes académicos y de dilemas políticos. Aquí nos limitaremos a plantear tres preguntas: ¿existe un único o varios modelos de politización? ¿La politización de la UE tiene efectos para su gobernanza? ¿Es o puede ser beneficiosa para el proyecto europeo?

Conviene señalar, en primer lugar, que el tipo de politización que se ha descrito más arriba es reciente y se produce a nivel nacional.  Es lo que algunos denominan politización ejecutiva en la medida en que se produce en torno a las disputas por el gobierno nacional. Esta politización contribuye con toda seguridad a introducir los asuntos de la UE entre las preocupaciones de actores políticos y ciudadanos, pero contribuye relativamente poco a que la gobernanza de la UE sea resultado de la confrontación entre diferentes visiones de Europa, sino que puede contribuir a reforzar el choque de intereses nacionales, como sucedió durante la crisis del euro o la actual crisis migratoria. Esta politización puede además agravar los problemas de legitimidad de la UE al fomentar la adopción de soluciones nacionales sobre asuntos que los gobiernos nacionales no pueden adoptar de forma soberana, como sucedió con el referéndum griego de 2015 o en la actual negociación del Brexit. Existen modos complementarios o alternativos de este tipo de politización de la UE: la politización transnacional y una politización centrada en el espacio público. En ambos casos se enfatiza que la politización de la UE se produzca en el mismo nivel en el que se aplican y se pueden reformar sus políticas: el transnacional.

Estos modelos se relacionan directamente con la segunda pregunta. La creciente politización de los asuntos europeos se percibe desde las instituciones como una amenaza para la integración europea porque es fuente de desconfianza o desapego con la UE. Pero cabe preguntarse por qué se sorprenden las instituciones de la desconfianza o el desapego: contrariamente a las predicciones sobre la entrada de la UE en una época en la que la politización de las instituciones europeas limitaría su margen de maniobra, un lustro de movilizaciones contra la austeridad y la gobernanza del euro apenas han tenido efectos en las políticas de la UE en esta materia. Parece que estamos en una situación que, según la profesora Vivien Schmidt, se caracteriza por una politización nacional sin capacidad de modificar las políticas, mientras que a nivel comunitario se adoptan políticas sin apenas debate. Un escenario en el que la expresión de las críticas no cambia apenas la conducta de los actores a los que se dirigen. Ello parece hacer ver a los críticos con la UE que no hay otra solución que la salida. Todo esto parece confirmar que la UE sufre por la falta de una leal oposición que, aceptando las reglas del juego, tenga opciones reales de influir en la formulación de políticas y ser una alternativa.

Finalmente, hay que abordar la cuestión normativa de si la creciente politización debe suponer una preocupación para los europeístas. Quizá la principal motivación de esta pregunta es que se asume que la politización cuestiona la principal regla del juego comunitario, la cultura del consenso: la política es conflicto y sería por lo tanto letal para un proyecto que se basa en la armonía. Sin embargo, cabe aquí recordar con Chantal Mouffe que en democracia la competición política permite un modo de conflicto compatible con el respeto por los adversarios. En este sentido, quizá sea época de dejar de concebir la UE como una unión diplomática que deja los conflictos en casa y pensar que los ciudadanos y actores políticos de Europa ya confiamos lo suficiente los unos en los otros para pensar que tal proyecto de reglamento no busca «destruir la agricultura española o la industria holandesa», sino que refleja las prioridades políticas de sus promotores.

Todo ello debería llevar a unas reglas del juego que faciliten el cambio de políticas con mayorías menos cualificadas, a que las instituciones justifiquen sus políticas mediante la apelación a la mayoría según su visión política y no a un etéreo interés comunitario y a que, junto con los actores ejecutivos, se tenga en cuenta la voz de la opinión pública y la sociedad civil. Todo ello nos debería llevar a reducir el papel de los ejecutivos nacionales y sus heroicas noches de negociación sobre la UE.

Luis Bouza. Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.

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