– Pablo Rivera Rodríguez –
La historia de la integración europea es la historia de la superación de grandes retos, por muy numerosos, profundos y diversos que fueran. Sin embargo, en los últimos diez años, la Unión Europea ha sufrido una serie de ataques cada vez más duros y seguidos. Aprovechando que estaba noqueada y desbordada, con cada golpe se ha añadido una línea más a una narrativa populista en la que la UE queda caracterizada como el establishment malvado (el ogro) y la ciudadanía, como el personaje secuestrado y cautivo por éste (la doncella), casual y “desinteresadamente” defendida en cada Estado por al menos un partido ruidoso y mediático (el caballero blanco). Europa es hoy el escenario en que se desarrolla un cuento adulterado y en el que la Unión, salvo que reaccione con la energía de antaño, habrá quedado totalmente antagonizada y a merced de la narrativa populista.
Al fin y al cabo, la dialéctica simplista de “buenos” y “malos” es inherente al populismo, que atribuye y distribuye, pone y quita estas etiquetas según le convenga. No obstante, siempre se da la situación de que los “buenos” son “la gente”, fielmente representada, movilizada y protegida por el partido en cuestión, en contraposición a una “élite” perversa, oligárquica y antidemocrática. El partido populista se ve por tanto forzado a mantener esta narrativa (simultáneamente ofensiva y defensiva) aun cuando esté ostentando el poder.
Pues bien, a la narrativa que propugna el populismo (cualquiera que sea su color ideológico) se le ha añadido en la última década, como argumenta la Profesora Kneuer, una nota euroescéptica que ha situado a la UE en el centro de sus críticas. Dos crisis han contribuido a la escalada. La primera, la crisis económica, estalló en 2008 y dio un importante impulso a una ola de partidos que han sabido conjugar en sus programas las posturas populista y euroescéptica: todo se reducía a canalizar el desencanto de la gente con el sistema y dirigirlo contra la élite de turno, fuera nacional o comunitaria. El culmen de esta primera ola se manifiesta en los buenos resultados electorales de Podemos, el Frente Nacional o Syriza en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014. Así, en una entrevista en junio de 2014, M. Le Pen llegó a calificar a la Unión como una suerte de “guerra económica”, al euro como “alemán” (en el sentido de que su existencia sólo responde al interés nacional germano) y expresamente manifestó su intención de “destruir la UE”. Por su parte, A. Tsipras declaró que la UE debía “volver a […] [la] solidaridad, democracia y justicia social” (sugiriendo que se había desviado de este rumbo).
El aumento de la inmigración, con especial mención al caso sirio desde 2015, constituye la otra crisis que ha fomentado el auge de este tipo de partidos. Junto al Frente Nacional (Le Pen alcanzó la segunda ronda de las elecciones presidenciales francesas de 2017), destacan los actuales gobernantes de Italia (M. Salvini), Polonia (M. Morawiecki) y Hungría (V. Obrán). Todos ellos se han posicionado en contra de la política europea de acogimiento: los líderes polaco y húngaro declararon conjuntamente en enero de 2018 su intención de desafiar unas cuotas de inmigrantes que son “impuestas a los Estados Miembros”.
Desde luego, el capítulo más grave y reciente del cuento populista antieuropeo (auspiciado por ambas crisis) es el Brexit. En la campaña previa al referéndum, argumentan los Profesores Iakhnis, Rathbun et al. que lo que denominan “populismo de derecha” (que habría sabido conjugar el rechazo a la burocracia elitista y a la inmigración focalizándolo sobre Bruselas, “el adversario que se está aprovechando de la sociedad”) fue clave en la victoria de los euroescépticos frente al malvado ogro. Por su parte, el Profesor Freeden demuestra que el populismo sigue presente incluso tras la votación, cuando los ganadores, en sus intervenciones, dicen representar “la voluntad del pueblo” (“ignorando convenientemente que el 62,5% del electorado [entre noes y abstenciones] no votó a favor de abandonar la UE”).
En fin, es evidente, visto el auge de numerosos partidos populistas a lo largo y ancho del continente, que la UE no ha sabido frenar esta narrativa. Si bien la historia de Europa nunca ha sido un cuento de hadas ni un camino de rosas, resulta innegable que sus capítulos más oscuros estuvieron protagonizados no hace tanto por quienes ahora pretenden denostar a la Unión. Por eso consideramos tan importante que, con motivo del centenario del fin de la Primera Guerra Mundial, algunos líderes europeos (tanto en los actos conmemorativos como en la sede parlamentaria de Estrasburgo) hayan respondido con contundencia a una narrativa que se creía asentada. Tras diez años en la diana populista, la Unión quizás haya comenzado a reaccionar frente a este reto, recuperando su papel protagonista para vencer, como en el pasado, a los verdaderos ogros. El Presidente Macron, en su intervención ante el Parlamento alemán en noviembre de 2018, puso de manifiesto la necesidad de “abrir un nuevo capítulo en la historia de Europa, que tanto lo requiere”. Quizás el final del cuento aún no haya sido escrito.
Pablo Rivera Rodríguez. Alumno del Máster en Relaciones Internacionales del Instituto Universitario de Estudios Europeos.