– Rafael Martín Rodríguez –
Ante los nuevos retos a los que se enfrenta la Unión Europea con respecto a China, los europeos debemos esforzarnos por conocer el mundo chino y sus características. Esto es necesario para no caer en estereotipos y tener una línea de actuación basada en el conocimiento. Conocimiento es precisamente lo que tiene China sobre Europa y que nosotros apenas tenemos sobre ellos. China se esfuerza por crear continuamente Think Tanks a los que escucha su Gobierno, no solo sobre Europa, sino también sobre África o Latinoamérica. Son muchas las universidades chinas que organizan reuniones de expertos sobre algún país y graban y realizan informes sobre lo dicho en las reuniones.
Además, dedican sobrados esfuerzos por mandar a sus estudiantes a estos países. Un ejemplo de la planificación china para el conocimiento del exterior y que viví en primera persona por haber ayudado a llevarlo a cabo, fue un programa del Gobierno chino en el que cientos de estudiantes fueron becados para realizar estudios en el extranjero, no solo de idioma, sino también y, sobre todo, de política, economía y relaciones internacionales. El programa incluía estudiantes becados en Alemania para el mundo germánico, en Francia para el mundo francófono, otros en algunos países árabes, otros en Rusia y otros en España para el mundo hispánico. La idea del programa, de cinco años de estudio de duración, es tener cientos de profesionales bien formados en la economía y en la política de estas zonas del mundo para las embajadas y consulados chinos.
Así mismo, en los últimos años, son muchas las universidades chinas que acogen a estudiantes, sobre todo de África, Latinoamérica y otros países de Asia, que con becas realizan estudios de Máster y de doctorado en universidades chinas, por lo que es de prever en los futuros años una nueva generación de líderes formados en China como antaño lo hacían en EE.UU.
Toda esta planificación está, por supuesto, enfocada a largo plazo, y es sintomática de una civilización con unas concepciones del tiempo diferentes a las nuestras. De la misma manera que un estudiante chino de primer año ya está pensando en cuál será el máster que hará en el futuro o en que ciudad vivirá para trabajar, el Gobierno chino planifica su acción exterior con décadas de adelanto. La paciencia china, en este sentido, tiene una razón de ser funcional y ordenada.
El país está viviendo en los últimos años un proceso de acelerado nacionalismo, basado en el recuerdo permanente de las invasiones extranjeras del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, por lo que resulta ser victimista. Esto es lógico si se recuerda que, a pesar de sus 5000 años de historia, China actúa como un país nuevo que debiera aún reforzar su unidad e identidad contra el exterior. Aunque cultural y estatalmente se trate de uno de los países más antiguos del orbe, su violento y traumático descubrimiento de Occidente, hace siglo y medio, le hace recorrer el camino que nosotros tardamos siglos en trazar en apenas unas generaciones, y en la actualidad se hayan dentro de un proceso, bien conocido por la historia de Europa, de reforzamiento de su identidad nacional.
Sobre la imagen de Europa en China, los europeos debemos saber que, en los últimos años, Europa ha perdido cualquier posibilidad de servir de referente ético o moral en Asia, debido no solo a la ya incuestionable fortaleza china, sino también a la crisis económica que azotó a Occidente hace pocos años. Es importante conocer este dato, puesto que las perspectivas ciudadanas son hijas y a la vez padres de las acciones de los Gobiernos, y en China, en la actualidad, incluso los países más poderosos de Europa hace años que dejaron de ser admirados.
La rapidez con la que se suceden las emociones de la ciudadanía china ante el mundo extranjero es de una velocidad de vértigo para el tranquilo y estable cosmos mental europeo. Hace apenas 16 años, en mi primera visita a China, me encontré con un país que sobreestimaba lo occidental y era excesivamente consciente de su subdesarrollo. Se imaginaba así un mundo fuera de sus fronteras idílico y lleno de riquezas. Hace ocho años y medio, cuando llegué al país para residir en él, China ya había recuperado su dignidad y buena parte de su orgullo. Hace tan solo cinco años, los extranjeros residentes en el país vivimos la maravilla de un país que se reconocía a sí mismo y estimaba lo occidental sin dejar que este aprecio nublara su vista sobre su propia grandeza. Hoy en día, el orgullo nacional chino se ha superpuesto y su visión de Occidente es de decadencia, viéndose a sí mismos como un nuevo y joven actor mundial. Esto se entiende cuando hace 16 años los pocos occidentales residentes solían ser adinerados empresarios, hace ocho años y medio aún abundaba el ejecutivo occidental, y desde hace cinco años, las empresas chinas se encuentran con trabajadores occidentales solicitándoles un empleo.
Europa se encuentra, por lo tanto, con un país que tras haberse sentido humillado y despertado a cañonazos de su sueño imperial, parece haberse encontrado de nuevo a sí mismo, y que se lanza al unísono al exterior con un orgullo que mezcla lo cultural y lo económico con lo castrense, todo esto dirigido por un partido de cuyas consignas la mayoría de los ciudadanos participan, realicen la actividad que realicen. Un entusiasmo nacional que ya despertó Mao Zedong. De hecho, el ciudadano chino es, a diferencia del europeo, eterno deudor de su Gobierno. En época de Mao, la deuda ciudadana había sido el fin de los sistemas cuasi feudales, y desde Deng Xiaoping hasta la actualidad, el ciudadano chino se siente deudor por el crecimiento económico, por el haber pasado, en un par de generaciones, del cuenco de arroz a los banquetes, y de las bicicletas a los coches.
Por el contrario, el ciudadano europeo no se siente deudor, ni por su puesto de trabajo, ni por su seguridad social, ni por su nivel de vida, y esta es una diferencia importante en cuanto a las lealtades de los ciudadanos de China y de Europa, y que hace que mientras un europeo no entienda el sometimiento continuo del ciudadano y de la empresa china a los designios del Gobierno chino, el ciudadano chino no entienda el desinterés del ciudadano europeo por las necesidades de su Gobierno.
Tenemos que apuntar que, para China, Europa no deja de ser un simple actor cultural y geográfico en el mundo. En China el mundo tiende a concebirse de la misma forma en que lo diseñaron las antiguas dinastías, esto es: la China, y la no China. Y en ese grupo de la no China, generalmente reconocible bajo la forma de Estados Unidos, estaría Europa y los países que la forman. Lo primero que debería hacer Europa, entonces, es presentarse ante China con voz propia y disociada de otros bloques. Considerando esta imagen imperante de China sobre el mundo, si ya es absurdo y poco efectivo que, por poner un ejemplo, los vinos de la Rioja se empeñen en promocionarse en las ferias de vino de China hablando de la Rioja sin hacer apenas referencias a España, tampoco resulta muy efectivo el que los países europeos nos presentemos en China sin apenas mencionar a Europa. Si Europa quiere ser algún día, como defiendo, una entidad independiente, unida y fuerte, que comparta espacio con EE.UU y China en el mundo, ha de empezar cambiando su tarjeta de visita ante China. Europa no conseguirá su posición en el nuevo tablero del mundo sin unidad y sin una identidad común, que es precisamente lo que tienen estadounidenses y chinos.
Por supuesto, la población china conoce lo que es Europa, y en cierto sentido su imagen goza de simpatía, pero es esta una imagen difusa y con falta de contundencia.
Mi experiencia en China me permite ejemplificar algunas de estas ideas con mis propios recuerdos, así voy a narrar algo que presencié en Pekín hace ya ocho años. En aquella ocasión, casi recién llegado a China, participé en mi calidad de entonces de representante de la Universidad de Alcalá en Asia con sede en Shanghái en una feria de educación organizada en Pekín. Las pocas universidades españolas presentes nos hallábamos dispersas en el enorme recinto, y las alemanas, francesas, italianas, etc, se amontonaban en varios pasillos decorados con sus banderas. EE.UU ocupaba por sí sola un ala del edificio. Al empezar un recorrido por el lugar vi que cientos de estudiantes con sus padres se dirigían todos a una misma dirección; por curiosidad yo mismo me acerqué y me encontré con un pasillo franqueado por cientos de banderas de la Unión Europea, a los lados se exhibían carteles en chino que animaban a estudiar en Europa sin hacer ninguna referencia a país concreto. Junto con todas esas personas seguí por el pasillo hasta llegar al final del mismo, y allí, en un mismo stand, me encontré con cuatro universidades danesas igualmente franqueadas por banderas de la Unión Europea. Los organizadores chinos del evento me comentaron al terminar este, que la mayor parte del negocio había caído en Dinamarca gracias a su europeísta idea.
Esta anécdota es significativa de la imagen de Europa en China, aún positiva, aunque carente de fuerza, lo que tampoco es un mal punto de partida.
Por mis investigaciones y por mi propia experiencia de ya casi una década en China, la mentalidad china tiende a admirar a quien es capaz de unirse y defenderse para después sentarse en la mesa de negociaciones con dignidad, y tiende a despreciar a quien no sabe imponer límites para defender su propia soberanía, aunque por interés pueda convertirlo en un supuesto amigo. Esa es la mentalidad que se emplea en los negocios, y es también la imperante en cada ciudadano, desde las clases bajas hasta llegar a su clase política. De la misma forma que China no podía exigir que otros países se auto limitaran por mera bondad durante las guerras del Opio, o que lo hiciera EE.UU en otros momentos de su historia, tampoco podemos pedírselo ahora a China si nos descubre desorientados y divididos, como por desgracia estamos dejando patente.
China, en el contexto internacional, exige respeto y nosotros debemos respetarla, pero al mismo tiempo debemos hacernos valedores de su respeto.
Rafael Martín Rodríguez. Profesor titular de la Universidad de Fudan (Shangái).