En Ciudadanía, Educación, Cultura, Principios y Valores

– Emilio Ordiz – 

El artículo 2 del Tratado de la Unión Europea[1] marca el camino a seguir: respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las minorías. Bajo esas premisas se ha construido la UE a lo largo de toda su historia, pero estos valores no se pueden dar por descontados. La realidad actual que vive la Unión cuenta con numerosos retos, algunos provocados por la pandemia del coronavirus y otros, en cambio, que ya se arrastran desde la Gran Recesión que se inició en 2008.

Economía, mercado interior, cambio climático, las amenazas híbridas de la geopolítica o la actuación de la UE como actor exterior son algunos de los temas que más preocupan, pero al mismo tiempo la Unión Europea se ve inmersa en un desafío casi sin precedentes desde la fundación del proyecto: la defensa de los valores europeos. La Europa democrática que se ha ido construyendo desde el final de la Segunda Guerra Mundial se enfrenta a mensajes, líderes, discursos o movimientos cuyo fin principal es socavar el espíritu de democracia y concordia sobre el que se sustenta el edifico comunitario. La UE es, sobre todo, sus valores. Y esos valores está ahora minándose no solo por amenazas externas (Rusia o China), sino también desde dentro, con Estados miembros que si bien no quieren estar fuera de la Unión sí buscan convertirla en otra cosa distinta a lo que debe ser[2].

La Unión Europea se ve inmersa en un desafío casi sin precedentes desde la fundación del proyecto: la defensa de los valores europeos

La defensa de estos valores no debe llegar solamente, que también, desde unas instituciones cada vez más fuertes y consolidadas, sino que debería contar, en paralelo, con una política de comunicación y acercamiento al ciudadano. El europeo ha de sentirse identificado con la Unión Europea, pero no como algo etéreo. Lo que diga, haga, consiga o se proponga la Unión tiene que convertirse en algo tangible para los ciudadanos. Solo de esa forma se cuida el europeísmo, se defienden los valores europeos y se construye una UE para la gente. En este sentido, el caso del Brexit[3] es bastante paradigmático.

La salida del Reino Unido de la UE fue el triunfo del euroescepticismo. Y aunque la campaña de los brexiters –partidarios de la salida- acabó siendo efectiva, cambiando poco a poco la posición de buena parte de los ciudadanos, el otro lado -el de la defensa de la permanencia- estuvo prácticamente vacío de contenido. ¿En qué sentido? Nunca se reforzó el mensaje de que seguir en la Unión era la mejor opción para los británicos. Los remainers se convirtieron casi exclusivamente en un actor reactivo, yendo a rebufo de los discursos de líderes como Nigel Farage o incluso el actual primer ministro Boris Johnson. En definitiva, y de nuevo, en el Reino Unido nadie fue capaz de construir un camino europeísta para la gente.

Pero tampoco se hizo desde Bruselas. Las instituciones europeas miraron desde la distancia, asumiendo que el Brexit era, cuanto menos un asunto interno, y que se tenía que resolver en Londres, de puertas para dentro. Otro error. Frente a los mensajes de los partidarios de la salida, centrados en la pérdida de soberanía, el castigo económico y la bandera del nacionalismo no hubo una respuesta en defensa de los valores europeos y de la utilidad de la UE en los tiempos que corren, cuando las crisis son muchas, algunas de ellas muy urgentes, y los retos muchas veces inasumibles si uno camina solo.

Cada palabra que se recoge en el artículo 2 del TUE es una respuesta a los movimientos euroescépticos y populistas que van creciendo a lo largo y ancho de toda la Unión. El Brexit se ha convertido, por desgracia, en el ejemplo perfecto de que si la Unión no mantiene bien sujeta la bandera de la igualdad, la libertad y la democracia, es muy fácil que esa bandera salga volando[4]. Y lo que es peor, puede llegar un momento en el que directamente deje de existir.

Una amenaza de salida como la que se dio, y materializó, en el Reino Unido ya no parece tan real en el caso de otros Estados miembros, pero eso no quiere decir que no existan peligros de otro tipo, igual de palpables y con el mismo o más poder de erosión. Para muestra, tres socios que han empezado a estar en boca de todos: Eslovenia[5], Hungría y Polonia[6]. Su tesis no es la de tomar la puerta de escape, sino la de mover a la UE en otra dirección. ¿Cómo? Erosionando el Estado de Derecho y jugando la partida sin contar con valores tan básicos y fundamentales como la independencia judicial, la libertad de prensa o los derechos de las minorías.

Y la UE no puede equivocarse en la respuesta. El foco no ha de ponerse en el Estado miembro en sí, sino en responder a las demandas y a los pulsos que echen los gobiernos en cuestión. Al fin y al cabo, los gobiernos cambian con el paso del tiempo, hay alternancia en el poder -aunque en algunos de estos países cada vez menos-, pero quienes sufren las consecuencias de las políticas son sus gentes. Precisamente por eso, de nuevo, el objetivo de la UE tiene que ser cuidar el europeísmo, para que los ciudadanos no vean en Bruselas al enemigo y sí al protector, al sostén, de los valores democráticos.

De hecho, según el último Eurobarómetro[7] creen en la UE un 59% de los húngaros y un 50% de los polacos. No están entre los porcentajes más altos, pero sí dan pistas de por dónde tienen que ir los mensajes de la Unión: hay que velar por la ciudadanía europea. ¿Cómo? Logrando que la UE sea algo tangible para ella. Un buen ejemplo lo encontramos en la gestión de la pandemia con el fondo de recuperación de 750.000 millones de euros. Ya no se trata solo de dinero, sino de que el ciudadano medio, afectado por una crisis social y sanitaria sin precedentes, vea que la Unión aporta soluciones. Casi siempre se ha dicho que la UE está alejada de su gente. Pues es el momento de acercarla. Los valores europeos de solidaridad, democracia, libertad e igualdad se defienden en el terreno, no solo sobre un papel.

Para lograrlo, ahora mismo, existe un instrumento que debe ser muy útil: la Conferencia sobre el Futuro de Europa[8]. No es realista hablar de si todo el proceso, que acaba en 2022, puede acabar en una reforma de los Tratados, quizá necesaria desde hace tiempo, pero sí se puede centrar la mirada precisamente en la implicación de los europeos, en la construcción de una identidad europea basada en la convivencia. Al fin y al cabo, la UE es multicultural y el espíritu debe residir en que una propuesta hecha por un joven estudiante de Berlín case perfectamente con una iniciativa de un grupo de mujeres o de jubilados de Estocolmo.

La UE no tiene fronteras, y la ciudadanía europea no debe tenerlas tampoco. Cuidar el europeísmo no es sino implicar a todos los ciudadanos por igual, dejando el mensaje de que la Unión Europea es el mejor hogar en el que vivir y demostrando una de las cosas más ciertas en torno a ella: fuera hace muchísimo frío.

Listado de referencias

[1] Tratado de la Unión Europea. Artículo 2. Consultado el 10 de julio de 2021.

[2] BERÓN, Marta. “¿Viva Hungría?”. El País. 14 de julio de 2021.

[3] ORDIZ, Emilio. “El mensaje euroescéptico: discursos, líderes y reacciones en defensa de la UE”. Trabajo de Fin de Máster en Unión Europea. Universidad CEU San Pablo. Junio de 2018.

[4] GARTON ASH, Timothy. “Five years on from the brexit referéndum, the result is clear: both unions are losing”. The Guardian. 23 de junio de 2021.

[5] ALARCÓN, Nacho. “Jansa, un tuitero compulsivo aspirante a autócrata en Eslovenia, al frente de la UE”. El Confidencial. 30 de junio de 2021.

[6] SHOTTER, James. “Polish constitutional court decision escalates rule of law dispute with EU”. Financial Times. 14 de julio de 2021.

[7] Estándar Eurobarometer 94 Winter 2020-2021. Fecha de publicación: abril de 2021. Última consulta: 9 de julio de 2021.

[8] HERRERA, Esther. “La Conferencia sobre el Futuro de Europa: qué es y cómo se puede participar”. La Vanguardia. 22 de junio de 2021.

Emilio Ordiz, periodista y alumni del Máster Universitario en Unión Europea de la Universidad CEU San Pablo.

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