En Economía y Empleo, Otra Políticas de la UE

Jerónimo Maillo – 

Solidaridad es un valor y un principio clave en el proceso de integración europea. Ha sido así desde sus inicios, allá cuando la declaración Schuman enunciaba la tantas veces repetida -y tan clarividente- frase: “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”. En esencia, se trata de poner más en común, aportando cada uno en función de sus posibilidades, para afrontar los retos conjuntamente.

Va muy unida a cohesión y a unidad. Una mayor unificación, un avance hacia una integración cohesionada, requiere en paralelo de una mayor solidaridad. Por ejemplo, en los 90, la nueva moneda única se articuló simultáneamente a una reforzada política de cohesión. Y a la vez, resulta difícil avanzar en solidaridad europea sin transferir más competencias a la Unión: para compartir más fondos y responsabilidades, hay que compartir previa o simultáneamente más decisiones en común. Por ejemplo, para que en caso de una crisis de un gran banco en Europa se pueda recurrir a fondos europeos (y no nacionales), previamente ha habido que pasar la supervisión y la resolución de esos bancos a instituciones comunes.

La solidaridad es parte inescindible del modelo social europeo y del concepto de sociedad del bienestar que está en la base de nuestra convivencia. Solidaridad entre individuos, entre generaciones, y en la Unión Europea, también entre los Estados y sus pueblos. Solidaridad interna (dentro de la Unión Europea) y solidaridad con el exterior (con respecto a terceros países).

Una solidaridad que es un valor y un principio transversal. Por tanto, tiene múltiples vertientes y afecta a muchas de las políticas de la Unión Europea. No sólo es clave en la política regional o de cohesión, o la de cooperación al desarrollo y ayuda humanitaria, sino en otros ámbitos y desafíos como, entre otros, la inmigración, la lucha contra el cambio climático, la Unión bancaria o la Unión fiscal. Por poner dos ejemplos: los avances hacia una mejor política común de inmigración requieren de una mayor solidaridad, de compartir más responsabilidades entre los países de entrada y los del interior; la transición ecológica en Europa se haría mal si no es a la vez una transición justa, que no deje a nadie atrás.

Afrontar todos estos aspectos de la solidaridad en un post sería imposible por lo que centraré mis reflexiones en la solidaridad interna durante la pandemia de la Covid19 y la respuesta europea a la misma, en su doble frente sanitario y económico.

Después de algunas reacciones unilaterales lamentables (rápidamente solucionadas), a mi modo de ver la gestión desde la UE ha presentado dos grandes éxitos que suponen grandes saltos adelantes en el proceso de integración europea y en la solidaridad europea:

En primer lugar, el acuerdo alcanzado el verano pasado sobre un nuevo presupuesto para siete años y un fondo europeo de recuperación (Next Generation EU) que, en total, suman más de 1,8 billones de euros. El fondo, que introduce la mutualización del endeudamiento (y la posibilidad de nuevos ingresos propios), es el mayor avance hacia la integración económica desde la creación del euro. Ofrece la posibilidad de que la UE ayude a todos los Estados miembros a recuperar su economía y “reconstruirse mejor”. Y además lo hace apostando por reestructurar y modernizar la economía y la sociedad europea, acelerando de manera decidida la indispensable transición digital y ecológica. Ante los nubarrones de una respuesta conjunta débil que dejase a cada Estado solo ante la adversidad, con las gigantescas tensiones que ello habría conllevado desde un punto de vista económico y político, la Unión ha aprobado un paquete de financiación que era impensable hace apenas unos meses. No se puede minusvalorar el enorme éxito y salto adelante que esto supone. Es un ejercicio de solidaridad sin precedentes que abre nuevas expectativas y beneficia a los países más dañados por la crisis (entre ellos, el nuestro). No obstante, a pesar de su importancia, todavía hay desafíos muy importantes de los que depende su alcance:

1) hay que ponerlo en marcha cuanto antes y para ello todos los Estados tienen que aprobar sus planes de recuperación. La lenta maquinaria sigue siendo un hándicap frente a reacciones más inmediatas de otros actores como EEUU. Urge hacerlo ya, que los proyectos se pongan en marcha y el dinero llegue cuanto antes al tejido empresarial y a los ciudadanos;

2) garantizar que los 750.000 millones de euros del fondo de recuperación se empleen con eficacia, sin burocracia excesiva pero también sin prácticas corruptas. La ciudadanía los juzgará por los resultados.

3) no se puede permitir que la deuda pública hoy disparada, sobre todo en el sur de Europa, acabe provocando otra crisis de la deuda soberana en la eurozona. Es importante también promover que se aproveche la recuperación para reestructurar debilidades de esas economías.

4) la solidaridad aprobada es temporal: el éxito en su implementación y en sus resultados es la mejor baza para que se pueda conseguir su extensión tras la recuperación y poder avanzar hacia una mayor Unión Fiscal.

En segundo lugar, la colaboración y financiación conjunta de la I &D para las vacunas contra el coronavirus y la posterior compra conjunta de las mismas. La Unión Europea no se podía permitir dejar estos asuntos en manos solo de los Estados. ¿Qué Unión seríamos si, en un tema tan trascendental, hubiera disponibilidad diferente en función de la nacionalidad, si hubiera ciudadanos europeos de primera, de segunda y hasta de tercera a la hora de tener acceso a las vacunas? ¿Cómo hacer frente eficazmente a una pandemia en el continente y recuperar la normalidad (por ejemplo, libre circulación) con zonas muy atrasadas en la vacunación? ¿Cerrando fronteras entre nosotros? ¿Replegándolos a nuestros territorios nacionales? Era esencial que la lucha fuera conjunta y solidaria. Y lo ha sido. Algunos critican que se podía haber hecho mejor, que se debía haber supervisado más estrechamente a algunas farmacéuticas y haber promovido más rápidamente la producción masiva de las vacunas. No dudo que se podrían haber hecho algunas cosas mejor, pero ello no resta valor al acierto en la apuesta esencial: la compra conjunta y la solidaridad consiguiente. Y no creo que el modelo alternativo, incluso con ayuda de la UE solo a los países que lo hubieran deseado o los menos aventajados, hubiera sido mejor solución. La Unión Europea ha arriesgado, pero creo sinceramente que ha sido una decisión valiente, necesaria y positiva. Se ha abierto una nueva faceta en el ámbito de la lucha contra los riesgos para la salud pública, en la que la Unión también puede aportar mucho y en la que se debe seguir avanzando en el futuro. Hay que ser consciente de que crisis parecidas son probables en el futuro y hay que estar mejor preparados para afrontarlas.

La solidaridad debe ser siempre parte importante de la respuesta europea si queremos avanzar hacia una mejor Unión, más fuerte y más valorada por sus ciudadanos.

Jerónimo Maillo, Catedrático Jean Monnet de Derecho de la Unión Europea, Universidad CEU San Pablo.

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