En Hablamos de Europa

-Ricardo Ruiz de la Serna-

En el 10º aniversario del inicio de negociaciones de adhesión entre la Unión Europea y Serbia, Bruselas y Belgrado viven un buen momento. Durante una gira por los Balcanes, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, visitó Belgrado el pasado 25 de octubre y alabó los avances de la República de Serbia en su camino hacia la Unión. «Veo una clara señal de que el futuro de Serbia está en la UE», declaró la líder del ejecutivo europeo. Serbia «es uno de los candidatos más avanzados en la adhesión» y «ha mostrado que puede cumplir los criterios, se ha comprometido con las reformas y que, en su caso, los hechos siguen a las palabras». Todo un espaldarazo al presidente serbio Aleksandar Vučić. El presidente de la República de Serbia, por cierto, correspondió con palabras de encendido europeísmo: «Mientras yo sea presidente, no alteraremos los objetivos esenciales de nuestra política interior y exterior. Esto significa que nuestro camino a Europa y nuestro compromiso con una Serbia europea son centrales en nuestro proceso y Serbia pretende proseguir este camino con la esperanza de alcanzar resultados significativos».

Con algo más de 6 600 000 habitantes y un crecimiento anual del 4%, Serbia lleva más de diez años trabajando para adherirse a la Unión Europea. De los 35 capítulos de las negociaciones, el país balcánico ya ha abierto 22. El informe de noviembre de 2023 de la Dirección General de Política de Vecindad y Negociaciones de Ampliación (DG NEAR) ya valoraba los avances que se habían producido después del «impasse» del periodo del gobierno en funciones entre febrero y octubre de 2022. En la misma línea iba el informe de la Secretaría General del Consejo de la Unión Europea de 12 de diciembre de 2023 relativo a la ampliación de la Unión. En este último informe, ya se introducían dos consideraciones políticas de relevancia a propósito del avance de Serbia en su camino hacia la adhesión: «[…] el Consejo subraya la importancia de una firme voluntad política y de la coherencia en la aplicación de las reformas relacionadas con la UE con el fin de lograr la opción estratégica de Serbia de adherirse a la UE. El Consejo recuerda que los avances de Serbia en materia de Estado de Derecho y la normalización de las relaciones con Kósovo* seguirán determinando el ritmo general de las negociaciones de adhesión».

A propósito del Estado de Derecho, resultan cruciales la reforma del poder judicial y el respeto de los derechos fundamentales -en particular los de las minorías y grupos más vulnerables- así como la prevención de la discriminación de personas pertenecientes a minorías. El Consejo insistía en la necesidad de intensificar la lucha contra la corrupción y el crimen organizado y expresaba preocupaciones por la libertad de expresión y de información en el país. En su rueda de prensa, Von der Leyen evitó entrar en estos asuntos para enfatizarlos aspectos económicos de una futura integración.

En efecto, es aquí donde el Consejo y la Comisión han valorado de forma más positiva los avances de Serbia. Decía el Consejo en su informe de conclusiones que «Serbia mantiene su grado de preparación para el criterio de referencia de apertura del bloque temático 3 (competitividad y crecimiento inclusivo)» y añadía, con menos entusiasmo, que «si bien acoge con satisfacción el buen nivel de preparación de Serbia en relación con los criterios económicos, el Consejo anima a dicho país a dar un mayor impulso al sector privado acelerando las reformas estructurales de la Administración Pública y de la gobernanza de las empresas públicas».

Von der Leyen, en cambio, prefirió destacar los aspectos positivos que el avance de Serbia está propiciando. En primer lugar, la presidenta de la Comisión anunció que Serbia podría recibir ya en este año 110 millones en prefinanciación de un total de 1.500 millones programados en el plan de crecimiento. En segundo lugar, entre otras cosas, elogió los avances en los planes de «e-movilidad», donde Serbia destaca como productor de baterías y de vehículos eléctricos, y auguró la creación de 20 000 puestos de trabajo en el sector e ingresos de 6 000 millones de euros. Por fin, recordó las inversiones del Plan para los Balcanes Occidentales, que ya ha supuesto inversiones por valor de 5 000 millones de euros en Serbia. La intención es continuar con inversiones especialmente orientadas a energía limpia y la transición digital.

Después de esta visita, parecería que todo va sobre ruedas en el camino de Serbia a la adhesión. Por desgracia, no es exactamente así.

Otra noticia, que se comentó algo menos que los elogios de la rueda de prensa, fue que la presidenta de la Comisión Europea canceló una reunión con el primer ministro serbio Miloš Vučević. El motivo invocado por la Comisión fue que Vučević había concertado un encuentro con Maksim Reshetnikov, ministro de Desarrollo Económico de la Federación de Rusia. El asunto no ha tenido mucha difusión, pero en el trasfondo está el reproche que el Consejo y la Comisión han venido haciendo a Belgrado a propósito de sus relaciones con Moscú. El Consejo ya reiteraba en diciembre de 2023 «su firme expectativa de que Serbia intensifique sus esfuerzos para alinearse plenamente, con carácter de máxima prioridad, a las posiciones de la política exterior y de seguridad común de la UE y a sus medidas restrictivas, también las relativas a Rusia y Bielorrusia. También pide a las autoridades serbias que se abstengan de emprender acciones y realizar declaraciones contra las posiciones de la UE en materia de política exterior y otras cuestiones estratégicas».

Se le pide, pues, a Serbia que se distancie de un país que, a lo largo de los siglos, ha mantenido relaciones estrechísimas con Serbia. No es necesario remontarse a los vínculos culturales y religiosos existentes entre los hermanos ortodoxos, sino que basta recordar que Serbia fue refugio y hogar para miles de rusos blancos como el general Wrangel (1878-1928) y que, durante la Guerra de Kósovo* (1999), Moscú fue el único aliado de Belgrado. Los vínculos históricos, culturales y económicos entre serbios y rusos trascienden el plano político. En un país que no ha olvidado episodios dolorosísimos como los bombardeos de la OTAN, declaraciones como las del presidente Aleksandar Vučić en enero de 2023 («Para nosotros, Crimea es Ucrania, Donbas es Ucrania y seguirán siéndolo») ya suponen un paso comprometido hacia la Unión Europea y un distanciamiento de la Federación de Rusia. Naturalmente, siempre puede valorarse que caben otras medidas, pero el asunto es delicadísimo en Serbia. Aleksandar Vučić anunció hace algunos días que Serbia seguirá sin imponer sanciones a la Federación de Rusia.

Es aún más delicado si traemos a la memoria la cuestión de Kósovo*, provincia Serbia cuya independencia Belgrado no reconoce hasta ahora. Aquí Moscú ha apoyado históricamente la reivindicación Serbia. El aumento de la violencia y la represión contra los serbios por parte de las autoridades de Pristina en el último año no ha ayudado a facilitar el entendimiento que el Consejo pretende. El pasado mes de agosto, por ejemplo, la Comisión Europea urgió a las autoridades de Pristina a reabrir al tráfico rodado el puente sobre el río Iber, lo que provocó protestas de los serbios en el norte de Mitrovica. Ese mismo mes la Comisión advirtió a Pristina contra las redadas practicadas en oficinas de correos serbias de Kósovo*.

Así, el expediente de Kósovo* y el de las relaciones con la Federación de Rusia están de algún modo conectados. Se pide a Serbia que, al mismo tiempo, alcance un acuerdo que puede suponerle, de facto, la aceptación de una pérdida territorial y que se aleje aún más de un socio económico y un aliado político en el contencioso de Kósovo*. A nadie se le escapa que, por generosas que sean las promesas económicas, esto supone un sacrificio para el pueblo serbio cuyos líderes políticos tienen que valorar.

El informe de diciembre de 2023 no se lo ponía fácil al gobierno de Belgrado: «El Consejo reitera que no existe ninguna justificación para la violencia y condena enérgicamente los actos violentos de los manifestantes serbios de Kósovo* contra los ciudadanos, las tropas de la KFOR, las fuerzas de seguridad y los medios de comunicación el 29 de mayo de 2023, así como el violento ataque contra la policía de Kósovo* el 24 de septiembre de 2023 en el norte de Kósovo*. El Consejo espera que Serbia coopere plenamente y adopte todas las medidas necesarias para detener y llevar rápidamente ante la justicia a los autores de los ataques, y lamenta que el país no haya adoptado medidas suficientes a este respecto». El informe no mencionaba el hostigamiento y la violencia que los serbios de Kósovo* llevan sufriendo desde 1999. Esta condena a los serbios, además de soslayar hechos relevantes sobre el terreno, supone una dificultad añadida para resolver un contencioso largo y doloroso.

Las valoraciones positivas del Consejo hacia Serbia parecen quedarse cortas ante la dureza de la condena: «El Consejo celebra que Serbia haya adoptado algunas medidas en la dirección correcta, en particular animando públicamente a los serbios de Kósovo* a participar en las elecciones locales en el norte de Kósovo*. Serbia también debe animar a los serbios de Kósovo* a regresar a las instituciones que abandonaron».

Felizmente, Ursula von der Leyen prefirió centrarse en la promesa de desarrollo y prosperidad que la Unión Europea propone a Serbia. El anuncio de inversiones y de crecimiento alimenta las esperanzas europeístas de los sectores de la sociedad serbia que ven en la Unión el futuro de su país en la línea de lo que anunciaba el presidente Aleksandar Vučić. A diez años del inicio de las negociaciones de adhesión, prefirió centrarse en la economía y transmitir un mensaje de optimismo en Belgrado.

*Esta denominación se entiende sin perjuicio de las posiciones sobre su estatuto y está en consonancia con la Resolución 1244 (1999) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y con la Opinión de la Corte Internacional de Justicia sobre la declaración de independencia de Kosovo.

Ricardo Ruiz de la Serna es profesor de Historia del Mundo Actual (USP-CEU)

Este artículo forma parte del proyecto Hablamos de Europa, financiado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación del Gobierno de España.

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