En Justicia e Interior

– Alberto J. Gil Ibáñez – 

A veces a la realidad hay que agarrarla por los cuernos aunque nos moleste el resultado, so pena que nos acabe pillando el toro desprevenidos. Lo peor que puede hacer Europa es ignorar debates que están en la calle o abandonarlos para que grupos radicales puedan manipularlos convirtiéndolos en su agosto electoral. Bajemos al ruedo: ¿qué hace del actual movimiento migratorio (nos referimos al de contenido económico) algo particular comparado con otras épocas? Su carácter continuo y permanente por oleadas a las que no se adivina fin. Y ¿qué hace de la política europea algo esencialmente diferente al de otras épocas? La aceptación de su carácter justo e inevitable y el enfoque “multicultural” como único legítimo y posible ¿Son estos paradigmas ciertos? Veamos.

La actual emigración sería consecuencia directa de una gran desigualdad norte-sur, culpa a su vez únicamente del comportamiento voraz del norte (es decir los europeos). No estaríamos por tanto legitimados para poner obstáculos a una emigración inevitable y justificada. ¿Existe desigualdad norte-sur? Sí. ¿Es mayor que en otras épocas? No necesariamente. Hasta 1950 la participación de Europa y Estados Unidos en el PIB mundial estaba por encima del 60%, mientras a partir de esa fecha el peso de Asia ha ido subiendo y hoy ya ocupa más del 50%. Paralelamente, al tiempo que la economía europea va decreciendo (hoy algo menos del 20% del PIB mundial) así como su población (hoy en torno al 6%), la UE sigue gastando el 60% del gasto total en protección social. ¿Es sostenible que Europa se convierta en la proveedora mundial permanente de servicios sociales universales a coste cero? Seamos claros: o se comparte la solidaridad con otros territorios prósperos (empezando por el sureste asiático y la propia China) o el modelo entrará en barrena.

¿Es la multiculturalidad el mejor enfoque para la integración de los emigrantes? Se trata de una idea europea guiada por buenas intenciones que parte de negar un valor superior a la propia cultura europea sobre el resto. Entre sus detonantes se encuentra la intención de hacer frente al horizonte que presentó Samuel P. Huntington en su libro El Choque de Civilizaciones de 1996. Bien visto. Solo un problema, llevada a la práctica no funciona, tal vez porque se adelanta a su tiempo. La historia nos enseña que toda comunidad nacional es el resultado de una fusión de pueblos que llegaron de lugares a veces muy distantes. Por España han pasado sin ir más lejos: ligures, íberos, celtas, vascones, tartesios, campsos, saefos, cántabros, fenicios, griegos, romanos y más tarde, judíos, vándalos, suevos, asdingos y visigodos, y más tarde aún bereberes, árabes y almorávides… Eso es una cosa y otra negar que toda sociedad para poder funcionar de forma mínimamente eficaz requiera de unas reglas de juego y unos usos y costumbres comunes, o al menos no incompatibles. La multiculturalidad supone defender lo contrario: que una comunidad puede funcionar bien (de forma permanente) con diversas culturas que “deben” convivir armónicamente sobre la base de la tolerancia y el respeto. La realidad es que no todas las culturas encajan del mismo modo unas con otras y que este modelo conduce a una sociedad culturalmente esquizofrénica.

Un ejemplo del fracaso del enfoque multicultural lo tenemos en los jóvenes que abrazan el terrorismo yihadista, llegando incluso a inmolarse contra el mismo país que los acogió y sufragó generosamente su educación y su sanidad. A esos jóvenes se les ha vendido un sueño imposible: deben/pueden seguir siendo y viviendo como en su  país de origen en una sociedad que resulta completamente diferente a aquél. Se les condena a vivir en tierra de nadie: ni pueden ser y vivir como occidentales, ni tampoco vivir con su cultura de procedencia como si nada hubiera pasado. Cualquier decisión que tomen genera una profunda frustración que deriva en frecuentes conflictos psicológicos no tratados (i.e: la vergüenza de reconocer un conflicto que muestre debilidad). Resulta por tanto fácil caer en la trampa del chivo expiatorio: el culpable es el país que les acogió, que les ha engañado porque les ha vendido un sueño irrealizable.

Se está produciendo un falseamiento (ignorado) de perspectivas. Si se quiere combatir el eurocentrismo, ello no pasa tanto por decir que todas las culturas son iguales como por analizar críticamente los puntos positivos y negativos de todas ellas. Las culturas no son superiores en términos globales a otras, pero lo cierto es que unas se adaptan mejor a diversos objetivos, ambientes y necesidades. La economía de mercado y el progreso económico funcionan mejor con la cultura occidental y la asiática. Es un hecho. Pero esto no quiere decir que estas culturas no tengan sus problemas. Nadie les informa a los potenciales emigrantes que la tasa de suicidios, el consumo de ansiolíticos, el estrés o la depresión son mucho más altos que en sus países de origen, donde el contacto con la naturaleza o las relaciones personales pueden ser más directas y auténticas. Este falseamiento de perspectivas se debe a que la información procede esencialmente de películas, series de televisión y el boca a boca: fuentes enormemente parciales y sesgadas.

Y sin embargo…, se ha criticado mucho al modelo norteamericano de integración, pero cuando uno ve al presidente Obama —una persona de raza africana y procedente de familia de cultura islámica— representar los valores de EEUU y de occidente tan bien o mejor que cualquier “whasp”, no dejar de ser un éxito de la política de integración de aquel país. El sueño americano sirve para todos los que llegan a esa tierra a condición de que dejen detrás de sí lo que resulta incompatible con el mismo. Pues bien, ¿dónde queda el sueño europeo que pueda cumplir similar función?

Alberto J. Gil Ibáñez. Doctor en Derecho Europeo. Administrador Civil del Estado

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