En Mundo

– Ángel J. Barahona Plaza –

 

La guerra que mantiene Israel en Gaza, la guerra de Ucrania, la retirada de Francia y la pérdida de su influencia en África sustituida por Rusia y China, la irrupción de mercenarios de grupos paramilitares en los distintos escenarios mundiales, el apoyo de Rusia a guerras multipolares internas en diversos países. Las amenazas y bravatas permanentes de KIM YONG-Un a Corea del Sur, el intercambio de gas y petróleo a cambio de apoyo y tecnología entre Rusia y China, relación a la que se han visto obligados por el apoyo de la OTAN a Ucrania, son todo señales de alarma inquietantes. Según el informe de 2023 del IEEE[1] todos los países del mundo se están rearmando. Los gastos crecen exponencialmente respecto a los prepuestos sobre el PIB de años anteriores; la proliferación de las investigaciones y gastos, ordenados en torno a convertirse en potencias nucleares de determinados estados, son un dato incontrovertible; a las aspirantes inmediatas como Irán, Turquía se suman Marruecos, Nigeria, Brasil…; la ineficacia de las instituciones que podrían ejercer algún tipo de control, como la ONU, están fuera de juego y muestran manifiestamente su ineficacia.

Además de todo esto no podemos olvidar la invasión del Líbano por los radicalismos islámicos, la guerra civil del Yemen, los Hutíes haciéndose notar en el Mar Rojo y la alianza de respuesta entre EEUU y GB, el apoyo a Israel de Occidente, el resurgimiento del estado Islámico, etc.  Todos estos acontecimientos nos permiten hablar de guerra perpetua mundial en fragmentos (por parafrasear irónicamente la Paz perpetua kantiana). Un punto crítico de inflexión es el pobre papel que tiene Europa en este escenario porque no presenta una imagen comunitaria real. Cada país se suma a la bandera que le parece.  Aunque, según los datos de SEPRI, el gasto militar europeo (Estocolmo, 24 de abril de 2023)[2] experimentó su mayor incremento interanual en al menos 30 años, apenas es nada comparado con los tres países que más gastaron en 2022 —Estados Unidos, China y Rusia— (el 56% del total mundial). El gasto militar de los Estados de Europa Central y Occidental ascendió a 345.000 millones de dólares en 2022. En términos reales, el gasto de estos países superó por primera vez el de 1989, cuando finalizaba la guerra fría, y fue un 30% superior al de 2013. Según el Dr. Diego Lopes da Silva, investigador sénior del SIPRI: “es razonable esperar que el gasto militar en Europa Central y Occidental siga aumentando en los próximos años. Algunos de los aumentos más pronunciados se registraron en Finlandia (+36%), Lituania (+27%), Suecia (+12%) y Polonia (+11%)”.

Las preguntas inmediatas que surgen tras un informe de este tipo son inquietantes: ¿por qué la hostilidad guerrera ha sido un hecho constatable permanente a lo largo de la historia de la humanidad y podemos sospechar que lo seguirá siendo?[3] ¿Por qué la actividad política se muestra impotente para parar la presumible “escalada a los extremos”? ¿Por qué en un mundo consciente de la posibilidad MAD (Mutua Destrucción Asegurada) siguen cerniéndose sobre la humanidad las amenazas de una guerra nuclear? ¿Por qué parece que las alianzas entre las facciones se hacen más exigentes y tendentes a un compromiso con la guerra sin retorno? Por último: ¿existe alguna posibilidad de revertir esta tendencia? ¿Hay alguna alternativa a la guerra que no sea la destrucción de todas las cosas? ¿Qué papel puede jugar una Europa ensimismada en sus problemas internos, prepotente, dividida y nostálgica mientras el mundo arde a su alrededor?

La tensión parece menguar en determinados periodos, pero lo que hace realmente es desplazarse a otros campos de batalla. Los periodos llamados de paz no son más que espejismos en un mundo en conflicto continuo. Ante este teatro de operaciones que se desglosa día a día, cada vez más peligroso, urge, en las ciencias sociales, reflexionar sobre la guerra con nuevas herramientas de análisis. El concepto ha cambiado en los últimos tiempos de tal manera que hace falta una teoría que se atreva a interpretar el desarrollo de los sucesos bélicos que pueden llevarnos a -o disuadirnos de- un conflicto nuclear. La teoría mimética girardiana es un buen punto de partida: pronostica que, dado que las relaciones internacionales son de carácter mimético, que el horizonte de futuro aboca a la rivalidad permanente, y que esta puede, por la naturaleza misma de la mímesis, escalar a los extremos.  Este término clausewitziano tiene que ser estudiado con detenimiento. Por eso propongo la lectura del libro de René Girard: Acabar a Clausewitz (Madrid, Edt. Ufv, 2023) que acabamos de traducir y analizar en mi grupo de investigación sobre violencia y sociedad. La propuesta girardiana tiene un punto de apocalíptica, pero no reconocer la verdad sería quedarnos extasiados contemplando la catástrofe sin hacer nada.

 

[1] https://www.ieee.es/publicaciones-new/documentos-de-investigacion/2023/DIEEEINV02_2023_EstrategiasdeSeguridad.html

[2] Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI). https://www.sipri.org/

[3] Pierre Clastres, Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades primitivas, México, 2009: “Lo esencial no es la realidad puntual del conflicto armado, del combate, sino la permanencia de su posibilidad, el estado de guerra permanente en tanto conserva a todas las comunidades en su diferencia respectiva”.

 

Ángel J. Barahona Plaza, Catedrático de la Universidad Francisco de Vitoria.

Este artículo se incluye dentro de la Cátedra Jean Monnet «European Union’s external relations and Spanish Foreign Policy».

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