En Justicia e Interior

– Carlos Carnero – 

La convocatoria del referéndum sobre la permanencia del Reino en la Unión Europea ha desatado, con razón, mucha inquietud en torno a su resultado. De ser favorable a la salida, las consecuencias para los británicos y la UE serían, qué duda cabe, muy negativas. Por el contrario, de decantarse por continuar en el marco comunitario, los efectos serían muy positivos para todos. Conviene no olvidar, en ese sentido, que, como afirma la mayoría de los expertos, el acuerdo suscrito entre Londres y Bruselas no contiene cláusulas que frenen o bloqueen el proceso de profundización política de la UE.

También sabemos que el referéndum va a tener lugar, en buena medida, para hacer frente a los problemas históricos del Partido Conservador con Europa, que se han manifestado con todos y cada uno de sus primeros ministros, incluyendo a Margaret Thatcher, John Major y, ahora, David Cameron. Sin embargo, tenemos que reconocer que no solo ese partido ha mantenido una relación complicada con la pertenencia del país a la Unión. En su momento también la tuvieron el Partido Laborista y los sindicatos, por ejemplo. Y, lo que es más importante, mientras en otros socios comunitarios, a pesar de la crisis económica y sus efectos en la confianza en la política y las instituciones (incluyendo las europeas), continúa habiendo una clara mayoría ciudadana a favor de la UE, en el Reino Unido siempre ha habido una parte tan considerable de la población euroescéptica que en muchas ocasiones ha superado a los favorables a la Europa unida.

Por eso, a pesar de los riesgos que comporta, el referéndum puede tener por lo menos una ventaja relevante: que, casi por primera vez, los partidarios de la UE en el Reino Unido se manifiesten de forma pública, activa y argumentada frente a los que se oponen, cuya postura ha utilizado casi siempre ideas que poco tenían que ver con la realidad y mucho con la demagogia y el populismo.

Es decir, la consulta no solo facilita a los proeuropeos la oportunidad de exponer sus razones a lo largo de semanas en todos los niveles y ámbitos, sino que les obliga a hacerlo si quieren evitar la salida del país de la UE. Y eso, hasta la fecha, casi nunca sucedía, de manera que la opinión pública se encontraba, sin oposición, en manos de los mensajes antieuropeos un día sí y otro también. Lo más normal era ver siempre a un primer ministro a la defensiva o con mensajes ambivalentes (sí pero no, no pero sí) sobre la UE cuando gobernaban los conservadores, y tibio en la defensa de la Unión cuando lo hacían los laboristas. Quizás las excepciones a esa regla las protagonizaron el liberal Nick Clegg cuando era Vicepremier con Cameron y, antes, Tony Blair y Gordon Brown.

Frente a los tabloides, casi nadie levantaba la voz, de forma que las mentiras o las medias verdades quedaban sin respuesta y, de tanto repetidas, terminaban siendo asimiladas por importantes franjas de la población. Ahora eso ya es imposible, como está poniendo de manifiesto la campaña del referéndum, en la que los europeístas están actuando con mayor o menor convicción y acierto, pero actuando al fin y al cabo, transmitiendo por primera vez a los ciudadanos ideas que nunca habían sido planteadas a la espera de que escampara la recurrente tormenta euroescéptica.

En otras palabras, la opinión pública británica ya no será la misma sea cual sea el resultado de la consulta, porque la parte menos visible de la misma  (la proeuropea) se habrá corporeizado por primera vez en la historia del Reino Unido en la UE. Eso que pierden los antieuropeos, que solían ganar los debates por incomparecencia del contrario.

Probablemente, ni siquiera los dirigentes políticos serán iguales antes y después del 23 de junio en temas europeos, aunque gane el sí (ni hablar si lo hace el no, que producirá víctimas políticas mortales, incluyendo la inevitable dimisión de Cameron, por mucho que él sostenga a día de hoy lo contrario). Quiero decir que, muy probablemente, el Primer Ministro conservador tenga que seguir su propia aceleración argumental de la campaña y terminará convirtiéndose en un europeísta convencido, entre otras razones porque aprovechará el impulso para jugar un cierto papel de liderazgo en la UE. Lo mismo le ocurrirá al líder laborista, Sr. Corbyn, al que muchos han criticado por ser poco activo ante el referéndum, pero que en realidad se ha tenido que tragar la crítica acerba a Europa practicada durante su larguísima trayectoria parlamentaria. Aunque, por supuesto, ha contado con el impagable activismo de Gordon Brown, al rescate como antes hiciera en el referéndum escocés.

El Reino Unido tendrá una ciudadanía más y mejor informada en temas europeos a partir de ahora, lo que reducirá el espacio de incidencia de los argumentos antieuropeos y, si es utilizado adecuadamente, será un elemento a favor de la presencia británica en las grandes decisiones de la UE.

Como suele decirse, no hay mal que por bien no venga. Aunque, en este caso, para que el desenlace sea feliz, el mal –la convocatoria del referéndum- tenga que salir bien. O sea, saldarse con una victoria de los partidarios de permanecer en donde al Reino Unido, por historia y por presente, le conviene: dentro de la UE.

Carlos Carnero. Director Gerente en Fundación Alternativas y Ex-Diputado del Parlamento Europeo

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