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– Rodrigo Palacios Cuéllar –

 

El 19 de septiembre de 2023 dio comienzo y fin a la tercera guerra por el enclave de Nagorno-Karabaj, una región montañosa poblada étnicamente por armenios pero que, por circunstancias propias de la Unión Soviética, fue cedida a la República Soviética Socialista de Azerbaiyán antes de la independencia. Este último conflicto ha supuesto la toma de facto de todo un territorio que, desde 1988, venía siendo reclamado por Bakú como parte de la herencia soviética, iniciándose los enfrentamientos con el padre del actual presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev.

En octubre, completada la conquista, la autoproclamada república de Artsaj – aquélla que ocupaba la región del Alto Karabaj – dejaba de existir en la práctica, produciéndose uno de los mayores desplazamientos poblacionales en la historia reciente de Armenia: más 120.000 personas cruzaron a través del corredor de Lachín hacia la República de Armenia buscando auxilio y refugio de lo que empieza a ser conocido como toda una limpieza étnica en la región.

Ante esta situación, y vista la ineficaz actividad de las tropas de mantenimiento de paz rusas estacionadas en la zona desde la guerra de 2020, Armenia ha comenzado a virar sus relaciones diplomáticas desde una perspectiva asiática hacia una europea. En 2018, después de 27 años de régimen autoritario que habían comenzado con la independencia liderada por Ter-Petrosyán, Armenia se convertía en una república semi-presidencialista, donde el mayor peso pasaba del Presidente de la República, Serzh Sargsián, al nuevo Primer Ministro electo: Nikol Pashinyán. Con recelo respecto de la etapa de “tutelaje” informal ruso sobre la política exterior armenia y la corrupción imperante en el país, la llamada “Revolución de Terciopelo” aupó al poder a una generación dispuesta a realizar unos aún tímidos cambios de rumbo hacia una política exterior de carácter europeísta, más abierta a las regiones vecinas y menos dependiente de la Federación Rusa.

Tras el conflicto de septiembre de 2023, el peso de actores como Francia, en particular, o la Unión Europea, en general, ha ido ganando aún mayor relevancia, con la vista puesta en la protección del territorio y la búsqueda de una salida diplomática que permita al país caucásico a escapar de su encierro entre poblaciones túrquicas en la región. Tan pronto como el 20 de octubre de 2023 se producía una reunión de alto nivel entre los diplomáticos de la Unión Europea y Washington en la que se especificaba abiertamente la “necesidad urgente de proteger los derechos y seguridad de los residentes del Nagorno Karabaj”. A esta primera declaración se sumó la del Consejo Europeo celebrado entre el 26 y el 27 del mismo mes, en la que se reservaban dos puntos concretos de la declaración – el 30 y el 31 – para la propuesta de soluciones para una pacificación entre Armenia y Azerbaiyán. Una declaración que adquiere mayor importancia después de que la UE lanzara el 20 de febrero de 2023 la EUMA (Misión de la Unión Europea en Armenia), una misión de carácter cívico-militar para la monitorización de la región y la prevención de escalada de conflictos. Todos estos elementos habrían sido, con seguridad, si no imposibles sí difíciles sin las previas maniobras de Ereván desde 2018, año en el que comenzó formalmente su política de vecindad y colaboración – “partnership” – con la Unión Europea, viendo las dificultades a las que el nuevo gobierno debía hacer frente.

Con todo ello, Armenia busca no sólo expandirse hacia el oeste en materia de seguridad y política exterior. La firma de contratos de protección de fronteras se extiende también a Irán, aliado estratégico por la enemistad común hacia los dos pueblos turcomanos vecinos – Turquía y Azerbaiyán – o la reciente colaboración iniciada con el gobierno de Modi en la India para la búsqueda de socios internacionales. Armenia busca desesperadamente hacerse un hueco en la esfera internacional. Sabiéndose no sólo secundario sino de una cualidad inferior, especialmente durante la guerra de Ucrania y la reciente guerra de Oriente Medio entre Israel y Hamás.

Los viajes de sus principales políticos y diplomáticos se observan continuamente, como la reunión mantenida por el Ministro de Asuntos Exteriores, Ararat Mirzoyán, en la reunión ministerial del partenariado oriental celebrada el 11 de diciembre de 2023 en Bruselas. Con todo, se observa una carrera diplomática entre diferentes actores internacionales para acceder, por motivos realistas, al “patio trasero” de la Federación Rusa y el control de un enclave descrito por Spykman como el “rimland”, en sus tesis geopolíticas. Una carrera que busca, a través de Armenia, hacerse un hueco entre los enclaves que rodean el sur caucásico ruso, el debilitado este turco, los enclaves petrolíferos azeríes y las puertas de entrada de Irán en su parte noroccidental. No es de extrañar que Armenia, necesitada de expandir sus colaboraciones para evitar quedarse de nuevo encerrada entre montañas, esté abriéndose por todos sus costados a cuantas ofertas se le presenten, ya sea mediante el despliegue de nuevos contingentes militares europeos, como aseguró el jefe de la delegación europea en Armenia, Vasilis Maragos, como la búsqueda de puertos iraníes que permitan la salida de los productos armenios al comercio internacional.

Pashinyán está realizando un ligero pulso con sus antiguos tutores, pero está demostrando saber manejar bien las comunidades de la diáspora armenia repartidas por el mundo, especialmente en Francia y en Estados Unidos, de donde está obteniendo grandes apoyos mediáticos para ganar el pulso al azerí Aliyev. El viraje de la política exterior armenia no comenzó con la invasión de 2023, pero sí se ha acelerado desde entonces. Ante el temor de una nueva diáspora y la pérdida de mayores territorios, se busca el reasentamiento de la población armenia dentro de la República, desplegando todas las capacidades del pequeño estado para defender una región que, si bien olvidada, está vendiéndose ahora como estratégica debido a los intereses geopolíticos de los actores que busca que entren allí. El futuro de todos estos movimientos depende de la escala y precisión de un pueblo agotado ya de persecuciones y guerras y que busca, en última instancia, estabilidad de seguridad para continuar con las reformas necesarias dentro de la república caucásica.

Rodrigo Palacios Cuéllar, estudiante del Máster en Relaciones Internacionales.

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